I) La obra que se representa dramáticamente por estas horas con un elenco limitado de actores y dos o tres locaciones (un set de televisión, las redes sociales, la manifestación cacerolera), consta de una serie de actos que muestra una trama repetida, más allá de variaciones en la puesta en escena. Veamos algunas de ellas:

Primer acto: Ocurre el homicidio del ex funcionario kirchnerista Fabián Gutiérrez en ocasión de lo que parece ser un robo o su tentativa.

Segundo acto: Antes siquiera del arribo del patrullero con el forense a la escena del crimen, la alianza de la oposición arrecia las redes sociales y lanza un comunicado alertando que se trata de un crimen político de la mafia kirchnerista y acusa, de modo general, al gobierno nacional y a la vicepresidenta, en particular.

Tercer acto: El presidente de la Nación califica esta rápida imputación como miserable y canalla.

Cuarto y último acto: Los dirigentes opositores se sienten dolorosamente agraviados por esta ofensa del presidente y lo acusan de abuso de poder.

“Si te vas a poner así cada vez que te acuso de mandar a matar a alguien, no vamos a poder conversar bien…”. (Inmejorable resumen de  Marcelo Leiras en un tweet).

         Una leve variación de esta comedia dramática:

Primer acto: Se descubre por estos días una serie de operaciones de espionaje ilegal de la Agencia Federal de Investigaciones bajo la administración Macri. Una de esas maniobras irregulares tuvo como blanco al Sindicato de Camioneros, a Hugo y a Pablo Moyano. Las revelaciones indican que se pretendía su encarcelamiento a como dé lugar –no otro era el cometido de los espías-; para ello, presionaron jueces y testigos, escucharon ilegalmente las comunicaciones de los sindicalistas, llegaron incluso a allanar la sede gremial con infructuosos resultados.

Segundo acto: Interrogado por la prensa acerca de lo que se acaba de conocer, Pablo Moyano manifestó su deseo que el juez actúe con la celeridad que la gravedad del caso impone.

Tercer acto: El agente periodístico Luis Majul, protagonista activo en la maniobra según se descubre hoy, cita o tergiversa (la diferencia en esta obra carece de importancia) las declaraciones de Pablo Moyano. En primer plano, Majul mira a la cámara, realiza una serie de muecas como dando a entender que está todo dicho, y concluye: “Ya empezaron los aprietes de los Moyano”.

         No quiero aburrir con ejemplos de otras puestas, pero hay una que merece agregarse. La protagonizó una periodista de noticiero en un reportaje al presidente sobre la estatización de la empresa en quiebra Vicentín. No preguntó sino que calificó esa acción de gobierno como “preocupante en el clima de negocios”, “polémica y cuestionable intervención de una empresa”, “comprometedora del derecho a la propiedad privada garantizado por la Constitución”. Cuando el mandatario replicó señalando los excesos de adjetivación y mostrándole su poca argumentación legal, la reportera declaró al día siguiente haber sido “humillada y víctima de una violencia totalmente feroz” ejercida por el presidente.

         Si tales respuestas fueron ejercicios de abuso, apriete o humillación violenta y feroz, ¿qué tipo de contestaciones hubiesen satisfecho las reglas del juego democrático para esta gente?, ¿qué formas hubiesen sido las deseables, según los ofendidos?

II) El clima político que pretende instalar la oposición acérrima (dejemos para otra ocasión discernir los distintos estilos de sus dirigentes, si existe un ala blanda y una dura o si, en verdad, son momentos discursivos empleados según la oportunidad), el clima –decía- es de dramática alarma: asistimos al riesgo inminente de un quiebre del sistema democrático. Un periodista dice: “¡¡Están incendiando campos, están matando gente!!”. Una ola de expropiaciones y atropellos inaugurada por un giro chavista del presidente que en realidad no es el presidente, sino mero simulacro, da cuenta del momento de excepción trágica que vivimos. ¿Dónde ocurre esto?, ¿quiénes mueren?, ¿a manos de quién? La obra se exime de precisiones; lo que está claro es que no se aguanta más. Antes un intelectual ya había llamado a la rebelión, mientras otros ahora van rompiendo –es que todos estamos hartos e indignados- un camión de exteriores de un canal de televisión apostado en una manifestación convocada contra el atropello a la libertades, incluso la de prensa –cosa que supieron en carne propia los trabajadores del susodicho camión de exteriores.

         Puede interpretarse que esa irritabilidad imbécil es pura apariencia y que la imputación de despotismo al gobierno del Frente de Todos es una absurda y violenta farsa urdida por actores que no creen seriamente en esa calificación. Sin embargo me inclino a pensar que hay un núcleo verdadero en tales reacciones, originado en pavores auténticos.

III)  Las expresiones de la derecha política han concebido un marco en el cual suponen que deben desarrollarse adecuadamente las relaciones entre los distintos sectores del país. Más allá de sus invocaciones liberales, ese marco establece firmes relaciones de dominación. Mientras dicha dominación regula ajustadamente los vínculos de los actores sociales, reinan en el país la Democracia, la República, las Instituciones y otras opulentas abstracciones que segregan sus sesos. Ahora bien, cuando una expresión política que representa los intereses de los actores sociales dominados adquiere relevancia pública y despliega sus demandas o procura su satisfacción, todo ese reino entra en peligro, se aprieta a las apuradas el botón antipánico y se escuchan todas las alarmas de inminencias despóticas.

Me explico con un par de ejemplos. El senador y patrón azucarero Robustiano Patrón Costas dijo a mitad del siglo pasado que lo que “nunca le iba a perdonar a Perón es que durante su gobierno el negrito que venía a pelear por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos. ¡Ya no pedía, discutía!”. ¿Qué es lo intolerable, lo imperdonable? Que aquel sujeto del que se espera sumisión, de pronto alce la vista y sus demandas. Porque ese orden social fue alterado, el gobierno peronista no forma parte de la democracia, Perón fue un tirano, etc. No creo que finjan, lo han creído, lo creen, les genera auténtico odio y temen sinceramente que aquel espectro cobre vida en la política argentina, como cuando Alberto Fernández osó levantar el dedo en un debate o Cristina Fernández alzaba su tono de voz.

         Doy otro ejemplo. Al comienzo de esta cuarentena se produjo un anodino acto bestial: un morocho portero de un edificio le indicó a un rubio sujeto recién llegado al país que debía guardar la cuarentena, que no debía salir. La rubia furia desencadenada molió a trompadas al morocho. ¿Lo intolerable? Claramente, que un negro se corra del esperado lugar de sumisión que el orden social le asigna e intente regular la libertad del rubio. Eso indigna, es ofensivo, genera temor.

         La derecha postula esa concepción de dominación y sumisión tanto cuando trata con los actores nacionales, como cuando lo hace con potencias extranjeras. Todos recordamos la resbalosa situación de Mauricio Macri al conmemorar un aniversario de la independencia ante el rey de España. No pudo evocar valentía o arrojo de nuestros próceres; imaginó angustia: “Qué angustia, querido rey…” –balbuceó su subordinación genuflexa y tal vez por esa frase debería recordarse su presidencia. Similar obediencia mostró su ministro de hacienda, De Prat Gay, ante el Foro de la Nueva Economía en los salones del Hotel Ritz de Madrid: “Quiero pedir disculpas por los últimos años. Sé de los abusos que han sufrido los capitales españoles y les agradezco la paciencia”. Indulgencia plena, suplicó.

         Este es el marco que entienden debe regular el orden democrático en las relaciones exteriores e interiores del país: ante el poder del capital, sumisión. Todo posicionamiento distinto –sea una expropiación, el anuncio de un impuesto a la riqueza, la fortaleza gremial, la línea editorial crítica de un canal de TV., etc.-, es sentido sinceramente como peligroso y disruptivo. Como aquellos hombres degradados al machismo que aborrecen y temen la vitalidad femenina, es lógico que la derecha argentina experimente ese auténtico sentimiento de odio brotado del pánico, cuando aquello que suponían destinado al sometimiento, cobra dinamismo, decisión autónoma, fuerza.

         Tener en cuenta estas cuestiones cuando se busca diálogo y consenso con ellos, sea de utilidad.

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