No iba a escribir nada. No quería meterme en un debate tan profundo y eje de la discusión feminista contemporáneo. No porque no creo que sea importante sino porque siento que no cuentos con las herramientas dialécticas suficientes aún, pero la verdad que necesito hacerlo. Disculpen ustedes si uso este espacio para descargar, pero tal vez sirva para charlar el tema, para que desde afuera y no desde adentro del movimiento de mujeres, se sepa, entienda y comprenda qué está pasando con la prostitución. 

El viernes se presentó en el espacio que tiene la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) en el Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad en Constitución la revista de las putas. Un pequeño número con cuatro historias de vida pero casi sin edición, sin intermediarios, sin periodismo. Ellas y una hoja de papel. Ellas y la brillante simpleza de quien tiene algo para contar y lo cuenta como le sale, sin vueltas. 

Este texto lo escribo después de haber terminado de leer la revista, con la historia de Silvia de 24 años titilando en la cabeza. Silvia tuvo a dos de sus hijxs en el subte. Nadie la ayudó, sólo la miraban parir. Se imaginarán, una chica de la calle, embarazada, HIV positiva, gritando en el subte donde viaja toda gente de bien. Primero la quisieron echar, ¡estaba en trabajo de parto!, la chiquita dio luz ahí nomás, en el piso, sin anestesia ni ayuda. 

Bueno. Perdón por ese golpe bajo pero una cachetadita de realidad viene bien. 

Sigo. La secretaria general de Ammar, Georgina Orellano, se sentó entre las cuatro mujeres que contaron su historia a presentar y oficiar de moderadora del encuentro. El lugar era chiquito pero estaba repleto. La mayoría putas, putas agradecidas de tener un espacio de contención en un barrio que, si bien es de ellas y desde hace mucho, las margina, golpea y denuncia. Una a una fueron hablando, menos Silvia, que estaba con su hija a upa, una nena que parecía llevarle pocos años. Silvia tiene cara de más pequeña y no se animó a hablar. Tímida y sonriente escuchó a todas sus colegas y aplaudió al final. Como yo, salvo que ella no lloraba. 

Además de ellas, hablaron varias que estaban sentadas en el público. Todas, con pocas palabras, sostuvieron que tener un lugar al cual concurrir cuando están en problemas, es cuanto menos reconfortante.

Esa tarde pasaron tres detalles pequeños que me quebraron lo que quedaba de apatía. Las cajas de navidad, la putyseñal y la vendedora de helados "Noel" (juro que no es PNT). 

"Estas cajas de navidad son el fruto del esfuerzo de todas. Siempre mentimos en nuestras casas, siempre inventamos que trabajábamos de otra cosa para que no nos discriminen, comprábamos las cajas y decíamos que nos las habían regalado en la empresa o en la fábrica en donde supuestamente laburábamos. Hoy, hicimos lo mismo pero la caja no es un invento, la caja de es nosotras, de las putas".  

¿Se entiende bien? Ellas juntaban plata y compraban las cajas de navidad, iban al super, las llenaban con giladas y después en su casa decían que se las habían dado en donde supuestamente trabajaban. Pero ahora ya no. Ahora, si bien también las compran, las cajitas llevan el cartel de Ammar, la agrupación que busca protegerlas de la violencia institucional que sufren a diario. La agrupación que les quitó a muchas el miedo y la vergüenza de su trabajo. 

La revista de las putas y una reivindicación que hace estremecer al feminismo

El otro detalle es la vendedora de helados que en verano vive de eso y en invierno, cuando hace demasiado frío para un palito bombón, desarrolla el trabajo sexual. Ella también agradeció el apoyo y después de ver el show de tango que preparó una integrante de Ammar, la torta y el brindis, se fue con su heladera a seguir laburando.

¿Y la putyseñal? ¿Qué es? Es un grupo de whatsapp donde están conectadas para dar aviso sobre abusos de autoridad e intervenir en cada situación de violencia institucional que se presenta.

Todas estas cositas hicieron a la tarde y a mi percepción de Ammar, organización que es señalada por el abolicionismo como lugar en el que se facilita y retroalimenta la trata de personas (tema complejo en el cual no meteré mis narices aún), algo para contar en un diario. Si bien mi posición no es dura y no poseo militancia con el tema, desde el 31 Encuentro Nacional de Mujeres y luego de una entrevista con la actriz porno María Riot, me fui acercando más y más al mundo de las putas. Las escuché, las observé, estuve atenta en las razones, a la necesidad que tienen todas ellas de ser visibilizadas y me convencí de que el Estado tiene la obligación de protegerlas, de que ellas merecen hacer propios y defender sus derechos como ciudadanas, que la lucha las vuelve cada día más invencibles, menos golpeables, más un bloque que una unidad solitaria y fácil de violentar.  

La prostitución en Argentina no es ilegal pero la Policía logra, con el artículo 81 del Código Contravencional de la CABA, penalizar la oferta y abusar de las mujeres que se encuentran en las esquinas. Donde dice abusar léase golpear, manosear, escupir, robar, chantajear, encerrar, burlar, discriminar, maltratar, tirar del pelo, demorar, descalificar, violar. 

Tanto Ammar como el Frente de Unidad Emancipatorio por el Reconocimiento de los Derechos de Trabajadorxs Sexuales en Argentina (FUERTSA) en el que participan académicxs, artistas, políticxs y periodistas, buscan que la voz de las putas, calladas durante mucho tiempo, comience a escucharse en todos los ámbitos posibles. Y si bien muchos y muchas feministas creen que su prostitución afianza al patriarcado, ellas están seguras de que pueden, con su cuerpo, hacer lo que se les cantan los ovarios.

¿O no es eso, acaso, puro y duro feminismo?