Mauricio Macri será el nuevo presidente de los argentinos tras 12 años de kirchnerismo y ya dio algunos indicios sobre qué podemos esperar a partir del 10 de diciembre en cuanto a relaciones exteriores y al futuro de la integración en America Latina.

Partiendo de que la alianza Cambiemos pertenece a la derecha corporativista y responde al poder financiero internacional y a la necesidad del imperialismo yanqui de combatir la multipolaridad de este sistema post Guerra Fría, podemos entender que el triunfo del ex presidente de Boca Juniors en el balotaje del 22 de noviembre es el triunfo del capital.

Se trata del primer triunfo de la derecha argentina en las urnas desde 1916 con propuestas explícitamente conservadoras y antipopulares, si es que se consideran propuestas a audios y videos filtrados a los medios de comunicación de los referentes de la alianza expresando su total sumisión a la voluntad del mercado. Porque durante la campaña nadie habló de nada que no fuera alegría, unión y cambio, mensajes típicos de la frivolización de la política aplicada por los nuevos representantes del neoliberalismo latinoamericano del siglo XXI.

La dominación neoliberal va a intentar reforzar la pérdida de hegemonía sufrida durante los últimos 12 años de kirchnerismo y procesos populares en América Latina en general, intentando profundizar su poder infraestructural en la sociedad civil. Perú, México, Colombia, Guatemala, Costa Rica, Honduras, Chile y Paraguay, con la excepción de que gane Fernando Lugo en las próximas elecciones, son algunos de los países de la región que reforzarán estas estructuras del capital neoliberal y se espera que esta nueva Argentina de la 'revolución de la alegría' se una a ellas.

El Tratado de Asociación Transpacífico (TTP) y el Acuerdo de Comercio de Servicios (TiSA), son dos maneras de someterse a los Tratados de Libre Comercio, más allá de los acuerdos bilaterales, que Estados Unidos propone ahora como alternativa renovada a lo que quiso ser el ALCA en Latinoamérica. El presidente electo está tomando carrera para caer allí en cuanto apoye su primer pie en el sillón de Rivadavia.

Mauricio Macri dejó muy en claro que quiere convertirse en un representante de los intereses de Washington en Latinoamérica. No sólo desde lo simbólico, festejando la victoria frente a Daniel Scioli con la mujer del opositor venezolano Leopoldo López en su búnker (habría que preguntarle al presidente electo qué pensaría del gobernador de la provincia de Buenos Aires si este desconociera el resultado del balotaje y llamara al pueblo y a los militares a dar un golpe de Estado, como hizo el coordinador de Voluntad Popular en Venezuela), sino también desde lo práctico.

El jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, casualmente alineado con los deseos de la Casa Blanca, anticipó que invocará la cláusula democrática para suspender al gobierno de Nicolás Maduro como miembro del Mercosur, porque cree que lo que le pasó a López es persecución a la oposición. Bien sabe el hijo de Franco que los demás países que integran el Mercado Común del Sur no lo acompañarán, por lo que es políticamente inviable, pero también es consciente de la repercusión que generará su carita figurando con ese reclamo en los medios internacionales (y locales) manejados por el poder económico mundial. Quién te dice que no se gane una tapa del New York Times.

No es casualidad que la canciller elegida para manejar los hilos de la política exterior argentina haya sido Susana Malcorra, quien ocupó cargos directivos en IBM y TELECOM para luego pasar a trabajar en la ONU. En Naciones Unidas fue Secretaria General Adjunta del Departamento de Apoyo a las Actividades sobre el Terreno, desde donde manejó las llamadas 'Tropas de Paz', responsables, entre otras cosas, de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización Democrática en Haití (Minustah), con la cual se justificó una ocupación extranjera que durará 20 años y que somete aun más al país caribeño a las órdenes del FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano del Desarrollo, la Unión Europea y las multinacionales de alimentos.

Pronto conoceremos qué se esconde detrás de estas declaraciones de intenciones tan coincidentes con los intereses del gobierno de Barack Obama y las grandes corporaciones, pero lo más seguro es que esto responda a la estrategia imperial de restauración de la esfera de influencia en la región, como parte de la Estrategia de Seguridad de los Estados Unidos, presentada por Obama en febrero de 2015, donde proclama su destino de único líder global, y establece los principios y prioridades de esa hegemonía. Algo así como una actualización de la Doctrina del Destino Manifiesto, donde los colonos norteamericanos, fundadores de este imperio que tiene cada vez más sus dominios en disputa, interpretaron que su gobierno, su constitución, sus instituciones y sus ciudadanos tienen virtudes que los hacen únicos y especiales, por lo cual tienen la obligación moral de propagar su forma de gobierno y su visión del mundo.

Es la derecha histórica de América Latina y del planeta, esta vez un poco renovada, con la intención de continuar el plan neoliberal, desarrollado en Argentina desde Martínez de Hoz hasta Cavallo, y con el aprendizaje de haber sido por más de una década la oposición de gobiernos soberanos y populares.