No encuentro datos acerca de dónde hay más estúpidos, si en la derecha, en la izquierda o en el centro. Si en la Academia o en el barro. Y más allá de las proporciones que haya en cada uno de los clásicos tres espacios de la política y en otros sectores que presumen ser superiores a ella, siempre serán considerablemente menos que la cantidad de estúpidos que hay en la antipolítica, en la no política y en la negación de la política.

Hay en derredor un vasto territorio de seres que suelen posar bajo la impostura de independientes.  Me pregunto si habrá entre los estúpidos alguna propensión a cometer estupideces que, intencionadamente, causen mal a otros para obtener ventajas. Si fuera así no serían estúpidos. Por eso es una estupidez  suponer que este gobierno es estúpido solo porque estaría cometiendo estupideces. No. A este gobierno hay que considerarlo de otra especie política.  Algo así como dotado de una inteligencia estúpida, cuyo poder está en que la inteligencia natural y- digamos- inteligente no es la apropiada para neutralizarla ni competir con ella.

Estos son tiempos en que a esa inteligente estupidez hay que enfrentarla con una superior y creativa; diferente a la que fracasó en la reciente competencia en la cual se apostó erróneamente a que no podía ganar ningún estúpido.

Si hoy gobiernan un presidente y un equipo cuyas burradas benefician a destinatarios privilegiadamente elegidos, es que esos burros no hacen estupideces en su contra. Sino todo lo contrario. Por eso hay que tener cuidado con los burros porque no son caballos y reaccionan diferentes: como burros.  

La estupidez en el poder, igual que la fiebre cerca del fuego, se intensifica. Agua fría, entonces. Relajamiento y restauración. Que la estupidez decante un tiempo más aunque cause daño. Eso es ahora inevitable aunque hay quienes todavía no lo padecen. Cuando sientan al daño les faltará algo o más que algo. Es natural que los estúpidos preferentemente reconozcan el poder de los estúpidos. Se entienden entre ellos. Se estupidizan entre sí festivamente. Pero también entre ellos terminan  por romperse, por estúpidos. Lástima que la espera nos parezca estúpida. Porque es lo más inteligente. Los que se apuran a querer “desestupidizar” lo que hace el nuevo gobierno, en realidad se retardan. No se contagien del estúpido. No se apuren a revelar cuántos son, que planean ni donde están. Y menos se lamenten en público de cada estupidez con que los dañen. Hagan su duelo frueudinamente. Y evocadora y peronísticamente. Y esperen un rato, sin hacer bombo. Porque la estupidez acabará estupidizándose sola. Y atorándose e intoxicándose consigo misma. No hay que permitirse estupidizarse desde el opuesto.