Entre los escombros que dejó el paso del huracán Ivo podemos empezar a reconstruir algo de su definitivo paso por la televisión argentina. Así como determinados discursos progresistas terminan por ser funcionales a una derecha que busca simplificar la realidad para reproducir un sentido común reaccionario, que existe en gran parte de la sociedad, la presencia y abundancia del discurso de Cutzarida terminó redundando en una funcionalidad “garantista”.

Los procesos por lo general se dan así: se produce un hecho de inseguridad, por caso los linchamientos, se apela a ese sentido común reaccionario, se da un falso debate, se concluyen dos o tres verdades de perogrullo, las mismas siempre, por otra parte, y cuando el progresismo, por llamarlo de alguna manera, viene a complejizar un poco la problemática es señalado de garantista o pro-chorro, y listo el pollo: ¡acá hace falta mano dura como hizo Giuliani en Nueva York!

El caso Ivo Cutzarida fue su todo completo al revés: un actor, reconocido, pero de otra época, que presentaba una obra de teatro, fue invitado, y no sabemos cómo, habló de la inseguridad, sin haberla sufrido en carne propia pero asumiendo un rol de víctima, que fue extrapolando su bronca, su enojo, su ira, perfeccionando su discurso, probando y sacando, hasta el límite de la caricatura. Ivo terminó siendo la exageración de una víctima real y legítima de la inseguridad, y se desinfló.

Su personaje, que rendía, fue invitado a todos los programas de televisión del país, y al ser simple su discurso, porque precisamente para ser exitoso ese discurso tiene que ser simple, porque reproduce el sentido común del hombre de la calle, e Ivo se autoproclamaba la voz del 90 por ciento de los 45 millones de argentinos, terminó por repetirse.

Se repitió tanto, se caricaturizó, se cutzarizó tanto, que terminó siendo ridiculizado por esa misma televisión que antes lo había paseado como ejemplo de artista comprometido y valiente. Larga la bocha.