Hace unos días  sucedió uno de los más desagradables acontecimientos de la historia argentina. El ex gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, manifestó que dicha provincia tenía todo para vivir como  un país independiente. Evidentemente Cornejo es de lo que echaría de su familia a sus hermanos y hermanas, hijos e hijas, por ser o pensar distinto. 

Cuando algunos se preguntan para qué sirve la cultura,  esos mismos  que rebajaron el ministerio de cultura a secretaria, esos señores del Excel que no pueden entender para qué se necesitan las semillas, si ellas no consiguen inmediatamente hacer más abultadas sus planillas de cálculos. Debemos explicarles que entre otras cosas la cultura sirve para saber quiénes somos, para aceptar lo diversos que somos, y para comprender que esas diferencias nos hacen ser auténticamente nosotros y nosotras. 

La mejor manera de responderle a un analfabeto de su propio país, a un ignorante de su historia y su cultura, hecha de muchas culturas, es tomarnos el tiempo para reflexionar acerca de las diversas patrias culturales que conforman nuestra patria grande llamada Argentina. 

Al Señor Cornejo debemos enseñarle,perdón que nos coloquemos en el lugar de la docencia, pero la brutalidad de algunos nos vuelve irremediablemente pedagogos, que la gran riqueza escondida, invisibilizada, y que sin embargo sostiene la identidad argentina, es el resultado de muchas culturas. 

Aunque la clase más "civilizada" del país haya aceptado con gusto el cuentito de que venimos de los barcos. Nos toca brindarles un dato que la dejará pasmada: una investigación de la Universidad de Buenos Aires concluyó que el 56% de los argentinos tiene antepasados indígenas . También demostró que el 53,3% de la población argentina tiene ascendente materno no amerindio, con lo que en la mayoría de los casos existieron madres europeas, que tuvieron hijos con indígenas de este país. Estos datos pintan un nuevo paradigma argentino. Ser civilizados en Argentina significa ser hijo o hija de un encuentro de culturas. 

Paradójicamente ser nativo de esta tierra muchas veces ha significado ser tratado como un extranjero. Sarmiento se cansó de llamar bárbaros a los indígenas y a los gauchos. Es decir, a los originarios de aquí se les dio trato de "invasores". Se volvieron exiliados en su propia Tierra, primero el indio y el gaucho, luego el "cabecita negra", el villero, el desocupado (por el industricidio que ejecutaron "nuestros blancos") o la palabra que la clase media argentina utiliza como insulto: "negro". A propósito los negros también fueron escondidos en nuestra historia. Solo se los recupera para los pregones de mayo, en los que los vendedores negros venden "pastelitos calientes" y hacemos que nuestros niños y niñas pinten sus rostros con corcho, como quien se disfraza de diablo para carnaval. Gracias a Dios, a la Pachamama, al destino o a lo que sea, las clases sociales que siempre fueron denostadas en la Argentina, curiosamente se han vuelto protagonistas de nuestra cultura. El gaucho denigrado por "el padre de la escuela argentina", no sólo se volvió el protagonista de Martín Fierro, el poema nacional , sino que también se transformó en el santo más popular del país, el Gauchito Gil, que por supuesto, es un santo pagano. Del mismo modo, el negro invisibilizado de nuestra historia, aparece que como el payador más importante de todos los tiempos, Gabino Ezeiza; como San Baltasar, el santo del barrio de negros en Corrientes, y un dato que es conmovedor: buena parte del ejército libertador de San Martín estaba hecho de negros, gauchos e indios. Es decir, le debemos nuestra independencia a aquellos que llamaron "invasores"

Señor Cornejo, lamento informarle que es la cultura la que decide dónde empiezan y acaban las fronteras. Es ella con sus diversos idiomas, con sus distintos paisajes espirituales y con sus diferentes riquezas, nos hace ser nosotros y nosotras.

Una nación no nace del odio de un grupo de intolerantes, una patria nace del encuentro de los distintos.