El gobierno de Macri promete el crecimiento económico en un futuro no definido y la pobreza cero en un futuro aún menos definido mientras las políticas adoptadas y las medidas tomadas van en sentido inverso a dichas promesas por lo que está más lejos de poder concretarlas que el 10 de diciembre pasado.
La devaluación y la eliminación de retenciones que provocaron una gran estampida de precios hundieron a una parte de la población en la pobreza. Los enormes aumentos de electricidad, gas y transporte y los despidos masivos profundizan todavía la lejanía de hacer efectivas las promesas de crecimiento económico y de pobreza cero.

El crecimiento económico es mencionado, aunque sea como promesa, pero hay un concepto del que ni siquiera se habla: la reducción de la escandalosa desigualdad social. Por supuesto no se trata de las razonables diferencias de ingresos y riqueza derivadas de distintos niveles de talento, tenacidad y esfuerzo, sino de ingresos que superan decenas, centenas o miles de veces a quienes no pueden desarrollar sus talentos y viven en ambientes que propician el desánimo y la apatía.
No es posible justificar esas siderales diferencias por el aporte que realizan los muy ricos a la sociedad. En algunos casos lo que están en la cima de pirámide social, escalaron por su energía, inteligencia y laboriosidad que justificaría que obtengan un pedazo de la torta mayor de quienes no aportaron en la misma proporción, pero la diferencia tendría que estar dentro de parámetros razonables y no en forma absolutamente desproporcionada. La injusticia es aún mayor cuando la fortuna proviene de transacciones financieras, aprovechamiento de condiciones monopólicas, explotación de personas o uso indiscriminado de recursos naturales  que poco y nada aportan al conjunto social.

¿Por qué la idea de la redistribución de ingresos y la consecuente reducción de las desigualdades sociales ni siquiera es mencionada?

Porque hay expresiones que a fuerza de ser repetidas terminan adquiriendo el carácter de verdades indiscutibles. Una de ellas es la idea de que “para distribuir es necesario crecer” o en distintas versiones del mismo concepto “”no se trata de distribuir miseria, sino riqueza”, o  “lo importante es que todos estén mejor”.
Esta idea es falsa y maliciosa. Pospone para un momento futuro una distribución sin definir ni tiempo ni qué crecimiento permitiría la posible redistribución.
Está basada en dos supuestos también engañosos: la idea del derrame, es decir cuando los ricos tengan más derramarán su riqueza a los más pobres, o en forma más sofisticada, el incremento de ingresos de los ricos hará que aumenten sus inversiones lo que proporcionará más empleos y mejores salarios. Este proceso no se registró nunca, es más, la concentración de la riqueza produjo más miseria e  inestabilidad al sistema. El mayor pico de desigualdad de ingresos y riqueza en el mundo se produjo un poco antes de la más grande crisis del sistema capitalista: la recesión de los años 30 y fue una causa importante de dicha catástrofe. Otro pico de desigualdad es más actual y la segunda crisis en importancia del sistema se produjo en 2008 y otra vez no puede desligarse la crisis de la concentración de la riqueza.
El otro supuesto es que “cuando la marea sube levanta a todos los barcos” lo que es cierto en el campo de los fenómenos físicos pero no es trasladable a los procesos económicos. La marea levanta a algunos y deja sumergidos a otros a menos que se adopten políticas y estrategias para impedirlo.
Nótese que, además de ser falsos, ambos supuestos no disminuirían las desigualdades, a los sumo mantendrían las diferencias.

Una idea subyacente a la postergación de la distribución hasta conseguir el crecimiento es que la desigualdad es beneficiosa para el crecimiento económico.
Esto también es falso: si no lo fuera Haití, Togo y Zimbabue que son países donde prácticamente toda la riqueza se concentra en muy pocas familias debieran ostentar índices de crecimiento espectaculares pero resulta que también son de los países más pobres de la tierra y por el contrario Noruega, Dinamarca y Suecia con niveles de ingresos más parejos son economías altamente desarrolladas.
Es posible que esa teoría esté relacionada con el ejemplo de Inglaterra durante el siglo XIX, que tuvo un desarrollo espectacular con masas trabajadoras hundidas en la miseria. Pero ese fenómeno fue singular y respondió a otras causas como la innovación tecnológica que generó la revolución industrial conjuntamente con la expansión del Imperio Británico que posibilitó la explotación de las colonias.
La desigualdad no produce crecimiento económico, más bien lo inhibe ya que es claro que la propensión al consumo de los muy ricos es mucho menor que la de los pobres lo que disminuye la demanda agregada. Si bien puede argumentarse que induciría a la inversión, es difícil de pensar que esa inversión se destinaría a la producción ya que los manejos financieros alentados por la globalización dejan resultados muy superiores y generalmente son localizados fuera del país de origen.

Otro concepto engañoso es el que señala que no es importante la desigualdad de ingresos y riqueza sino que lo sustancial es igualdad de oportunidades, como si pudiera asegurase esta última sin reducir las abismales diferencias de ingresos y riquezas.
Es claro que el niño que proviene de una familia que le provee de buena salud y alimentación desde su nacimiento tiene muchas ventajas sobre aquellos cuya  nutrición, vivienda y cuidados sanitarios son deficientes. Quienes van a colegios de elite, apoyados por profesores prestigiosos tendrán armas enormemente más poderosas para escalar en la vida que quienes carezcan de esos beneficios.
Solo puede haber igualdad de oportunidades si no existen desigualdades escandalosas en los niveles de ingresos y bienes.

Y aún concediendo un imposible, que grandes desigualdades coincidieran con fuerte crecimiento económico, ello no significaría que la vida en esas circunstancias sea mejor. El mero crecimiento del producto bruto interno no configura desarrollo ni verdadero progreso; para ello es necesario mejoras significativas en salud, vivienda, educación y seguridad que no pueden lograrse con parte importante de la población sufriendo precarias condiciones de vida. Por otra parte la existencia de diferencias vergonzosas que significan niveles de pobreza altísimos repugna el sentimiento humano que afecta también a quienes están mejor a menos que se adquiera un nivel de cinismo difícil de mantener en el tiempo y de transmitir a terceros.

La necesidad de reducir las desigualdades es una tarea impostergable y que debe ser asumida por los gobiernos y por la sociedad con políticas activas y estrategias destinadas específicamente a ese fin.