Ha muerto Maradona, el más humano de los dioses, el que se movía por el Olimpo de césped empujando una pelota, haciendo jueguitos, gambeteando a los rivales. Esta vez es verdad. Tantas veces lo habían dado por muerto, pero él, como el ave fénix, renacía de entre las inmundicias terrenales. Porque no es cosa de dioses andar por la tierra, no es conveniente, siempre van a querer crucificarlo. Pero ahora sí, listo. Ya está libre de los atributos humanos, de enfermedades, culpas y remordimientos. Ya es parte del cielo, de donde nadie regresa, como cuando se cuelga la pelota en la casa de una vecina amargada.

   Se acabaron los milagros. El agua de la chatura del VAR jamás se convertirá en el vino de la mano de Dios. Chau al fútbol de potrero llevado a los mundiales. Adiós al creador del mejor gol de la historia. Ha muerto Maradona y se fue con la pelota, porque él era su dueño. No quiero que me vengan a refregar sus fallidas acciones de hombre. ¿Acaso no es lo propio de la condición humana? Diego solo era Dios dentro de la cancha. Afuera, en la vida cotidiana, el espectáculo siempre es otra cosa. Pero él, a diferencia de sus contemporáneos, hizo milagros con las piernas y jugadas que nadie podría siquiera imitar. La cancha era su cielo en la tierra; la pelota, su religión.

   Deberían cerrar los estadios. No más fútbol. Todo partido, cada jugada, recordará su falta. Los que fuimos testigos de sus andanzas escribiremos miles de páginas, biblias apócrifas, inciertas anécdotas. Más de uno dirá que estuvo con él, que fue su compañero, un apóstol que estuvo a su lado en la última cena, que compartió un picado, un vino y quizá algo más. Dentro de cien años se hablará del Dios del fútbol, que nació en un barrio humilde en Argentina, y que allí sucedió su primer milagro. Que con el tiempo fue capaz de hacer goles imposibles, incluso con la mano. Juzgarán sus acciones humanas, denostarán sus milagros. Pero la iglesia maradoneana deberá resistir, soportar las persecuciones de los que quisieron crucificarlo tantas veces. Deberán celebrarse misas viendo sus goles y gambetas. Y luego salir a la calle, de dos en dos, a contar quién era Maradona, para buscar aprendices de sus parábolas futbolísticas.

   Las grandes religiones sostienen la resurrección y la reencarnación. No perdamos la fe. Quién sabe cómo sigue el campeonato después de la muerte. Por lo pronto hay que seguir viviendo. La tierra es así, un campo lleno de matices, de dudas, de resignaciones y esperanzas. Pero quizá el cielo sea un estadio infinito y este domingo nuestros muertos por fin disfruten de la magia de Diego.