I) Quiero escribir poco y hacerlo del modo más sencillo posible. Mi propósito no es ahondar aquí el análisis del macrismo; de modo práctico, a grandes rasgos y al día de hoy, ya se sabe bastante, quizá lo suficiente acerca de este proyecto y tornar infinitas las preguntas (al estilo por ejemplo ¿estamos ante una “nueva derecha democrática”?, etc.), termina siendo inhibitorio, nos vuelve impotentes, genera una confusión que deriva en perplejidad. La experiencia política llamada macrismo no avanza según las reglas de lo que entendemos clásicamente como democracia; no se trata de un poder que reconozca los límites de otras instancias institucionales –los partidos de oposición, los tribunales, los sindicatos, la representación parlamentaria. Opera por fuera de aquellas reglas y está jugado a arrasar los obstáculos que esas instancias plantean, encabalgado en las ideas refundacionales de todo proyecto totalitario. El procedimiento es simple, eliminados o restringidos severamente los medios de prensa opositores, su voz -que de este modo es la de la inmensa red informativa- definirá esos obstáculos como ilegales, les restará entidad como actores legítimos. Es un procedimiento que inauguró en la historia nacional Bartolomé Mitre, dejando su honda huella de proscripciones, encarcelamientos y desapariciones. En 1863 le escribió a Sarmiento: “declarando ladrones a los montoneros -sin hacerles el honor de considerarlos como partidarios políticos- lo que hay que hacer es muy sencillo”. Lo sencillo fue algo que se conoció como “guerra de policía”, una historia de degüellos. El antiperonismo que tomó el Estado en 1955 perfeccionó este mecanismo. El macrismo, en efecto, no reconoce adversarios políticos, salvo a aquellos a los que ya ha cooptado y con los que juega esa simulación. Los que verdaderamente lo son, inmediatamente los ubica por fuera de la legalidad: un dirigente político es tensado con la amenaza de la cárcel, un juez o un fiscal, con la sombra del juicio político, un medio periodístico, con la total restricción de pauta (también con la prisión), un sindicato con la pérdida de personería gremial, una representación de pueblos originarios o de campesinos que defienden su tierra, con el mote de terroristas. El macrismo no reconoce adversarios políticos. Es de la máxima importancia advertir lo que implica perder esa entidad. Es una distinción simbólica que tiene enormes consecuencias bien reales, porque lo que está en juego ya no es una contienda en el plano de las argumentaciones (un debate parlamentario, una demostración con pruebas judiciales, la publicación de duros datos periodísticos). Si te declaro ladrón, lo que hay que hacer es muy sencillo. Repito: la experiencia política llamada macrismo no avanza según las reglas de lo que entendemos clásicamente como democracia y no creo que pueda exagerarse el peligro de esta sencilla conclusión. Cuanto más tardemos en admitirla, más indefensos nos vamos a encontrar.

II) El secuestro seguido de torturas sufridas por la docente de Moreno, Corina de Bonis, quien junto a otras maestras sostenía una olla de comida caliente para los chicos de ese distrito, sin clases desde la imperdonable muerte de dos trabajadores de una escuela por un escape de gas, representa un punto saliente en una escalada de violencias. La espeluznante semejanza entre las amenazas anónimas que previamente recibieron los docentes de la olla y los mensajes oficiales con los que el gobierno bonaerense atacó la defensa sindical –por ambos canales se fustigó no otra cosa que su oscura motivación política-, deben alertar sobre la naturaleza de lo que se está enfrentando. Las mismas semejanzas existen entre los actos vandálicos que sufren edificios o emblemas de Derechos Humanos, y las declaraciones oficiales sobre el tema. Repito: no se trata de argumentos sobre la justicia o injusticia de una medida como una olla popular o un paro sindical, sino sobre el acto que coloca a una actividad como obstáculo al avance del proyecto con ambiciones totalitarias que en Argentina se llama por ahora macrismo. Asumir ese acto conlleva consecuencias de las que es preciso estar advertidos, entre ellas las de protección y resguardo colectivos. La docente torturada declaró: “No tenemos banderas políticas. No criticamos ni al gobierno actual ni al que se fue, y lo que hacemos lo hacemos por los pibes. Enemigos no tenemos o no lo sabemos, pero efectivamente a alguien le molesta…”. Además de la inconmensurable solidaridad y amparo que merece, es necesario, es completamente imperioso que esta docente y todo aquel que sostiene una resistencia al arrasamiento de Cambiemos, sepa ante quién está combatiendo, aun cuando declare no enarbolar una bandera política. “Enemigos no tenemos o no lo sabemos”. Las fuerzas populares que resisten este proyecto político no pueden permitirse este no saber. Ignorar que la olla de Moreno se levanta ante un enemigo, se paga caro. Ocupar el espacio público en una marcha de resistencia como si se tratara de una protesta contra el alfonsinismo –sin las medidas de seguridad y resguardo de los participantes- es un error que ya no debería cometerse. La experiencia política llamada macrismo no avanza según las reglas de lo que entendemos clásicamente como democracia; en consecuencia, la resistencia no puede erigirse como si ese amparo estableciera las reglas del juego. Es una connotación importante –escribió Walsh en 1969, vale hoy día-, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha.