El Che supo decir; “Todos los días la gente se arregla el cabello, ¿por qué no el corazón?”. Este es un mandato que todo político y militante social debería tener incorporado, porque no cabe duda de que el que se inicia en la militancia de cualquier tipo lo hace movilizado por una sensibilidad que lo lleva a restañar las heridas que observa en su prójimo, esas injusticias que percibe; y en los más radicalizados, proponiéndose cambiar un mundo que advierten profundamente injusto. Por eso llama la atención que políticos que militan desde hace muchas décadas, que adscriben a lo que se conoce como el campo nacional y popular o que han incursionado en la izquierda en su juventud, tienen declaraciones o realizan acciones que van impúdicamente en contra de los motivos más elementales de aquello que abrazaron.  Un ministro de salud, como Ginés González García, con larga y prolífica trayectoria como sanitarista, resultó impactante que no se haya percatado que en pandemia, con vacunas escasas en ese momento, un vacunatorio para privilegiados iba a ser un gol en contra ilevantable para su trayectoria y para el gobierno. Es inadmisible que el Presidente de la Nación lo haya justificado equiparándolo con una simple infracción como el adelantarse en la cola, sin advertir que la vacuna es, y lo era mucho más en ese momento, el meridiano entre la vida y la muerte. Ha sido una demostración impresionante de falta de percepción de la realidad, que se acentuó con  el inmediato desplazamiento del Ministro exhibiendo una flagrante contradicción. Es el mismo presidente que no advirtió, en los momentos más duros de la cuarentena, la gravedad de haber realizado una fiesta de cumpleaños de su pareja, mientras públicamente amenazaba en ir a buscar personalmente a los trasgresores a quienes calificaba duramente. Y como si esto no fuera suficiente, luego de develado el hecho, enhebrar una retahíla de mentiras, para concluir en un pedido larvado de disculpas. Si el suicidio de Nisman presentado como asesinato fue un tiro en la línea de flotación del gobierno de Cristina Kirchner, con clara incidencia en las elecciones del 2015,  en este caso es un daño autoinfligido en medio de una pandemia que afectó a 45 millones de argentinos. Fue un inesperado intento de suicidio. A la dramática situación económica, la aparición del presidente violando su propio decreto, fue la confirmación que hay disposiciones que son para que los cumpla el pueblo y que no alcanza a poderosos y políticos. De ahí al desprestigio de la política, a calificar a la dirigencia política como privilegiados o casta, a oxidar la política como principal instrumento de transformación de las sociedades hay un trecho pequeño por donde entran los Milei y los advenedizos.     

En medio del miedo generalizado, de miles de muertos, de enfermos que morían en soledad, que eran enterrados o incinerados con un círculo mínimo de familiares, que millones y millones se privaron de abrazos y besos de hijos, padres y nietos, Carlos Zannini, un antiguo militante universitario de los 70 del partido pro chino Vanguardia Comunista de entonces, Procurador del Tesoro de la Nación actualmente, habiendo pasado por cargos de elevada responsabilidad,  que evitó esperar su turno en la vacunación, justifica impúdicamnete a un conocido periodista que aprovechó su conocimiento de muchos años con el Ministro de Salud para saltearse la cola, de la siguiente manera: “No tenés que actuar con culpa porque vos tenés derecho a eso, sos una personalidad que necesita ser protegida por la sociedad. El problema surge por la falta de vacunas y no por quién se vacuna”. Efectivamente la gravedad la daba la pandemia y la falta de vacunas. Conocidos los resultados electorales, una catástrofe para el Frente de Todos, el segundo candidato a diputados por la Provincia de Buenos Aires, Daniel Gollan, el cual durante toda la pandemia fue su Ministro de Salud,  quien en su juventud militó en la universidad en la JUP, secuestrado y torturado durante la dictadura establishment militar, pone en boca de una vecina,  pero indudablemente suscribe lo dicho: “Con un poco más de platita en el bolsillo, la foto de Olivos no hubiese molestado tanto”. Es de Perogrullo que una mejor situación económica mejora considerablemente las posibilidades electorales, pero no es infalible en el triunfo, como lo demuestra el resultado de la elección del 2015 contrario al oficialismo y cuando los sueldos medidos en dólares eran los más altos de América Latina. La expresión platita es ofensiva y poco recomendable en general y aún más irritante en el período entre dos elecciones.

Es altamente inconveniente y chocante intentar compensar con platita la muerte de un familiar, los abrazos irrecuperables, los encuentros prohibidos, las clases no tomadas. Daniel Gollan, siguiendo esa misma línea de pensamiento que todo es comprable y todo es vendible, podría decir:  “Si además hubiéramos indemnizado a todos los familiares de los muertos e incluso a los contagiados, las elecciones hubieran resultado un paseo.”

No es justificación para alguien que adscribe al campo nacional y popular decir que la oposición realizó todo tipo de transgresiones. El campo nacional y popular no puede incurrir en errores tan groseros porque lo cometen aquellos de los que nada se espera. Y más en pandemia donde está todo dado vuelta.

También es muy irritante el intento de dar en cuarenta y cinco días de campaña electoral lo que se omitió de ofrecer en 22 meses de gobierno.

Juan Grabois ha expresado: “La idea de ponerle plata en el bolsillo de la gente no me gusta y me resulta hasta cancherita”. A su vez, la notable joven Mayra Arena escribió: “…Esta irracionalidad de creer que los pobres te deben algo, ya sea por simpatía política, el voto o lo que fuera, ha mostrado la hilacha de quienes creen que el pobre es sólo estómago o sólo bolsillo…” 

Empezamos y terminamos con el Che Guevara:  “Hay que endurecerse sin perder jamás la ternura”

Publicado den Diario Registrado y el portal de Radio Cooperativa