A 40 años de la guerra de Malvinas, se resignifica no solo el conflicto armado sino el después, ese tiempo inmediato signado por el intento fallido del olvido. El análisis de una guerra no debería limitarse a lo acontecido en el campo de batalla sino también en las sombras que recayeron sobre las vidas de quienes combatieron y de sus familias, en el inconsciente colectivo y en una sociedad que padeció, y aún padece, las consecuencias de sostener los perversos pactos de silencio. Y el arte, parafraseando a Pessoa, es un intento, tal vez inútil pero intento al fin, de hacer algo con el sinsentido que nos acecha, ¿o acaso el dolor y la muerte que desencadena la guerra tienen algún sentido?

   Cuando te vi caer, de Sebastián Basualdo, editado por Hojas del sur, es una novela que nos invita a esa búsqueda de respuestas existenciales que se presentan en los momentos críticos. Narra la relación de Lautaro Nogán, un joven de 15 años, con su padrastro, veterano de la guerra de Malvinas. Pero como suele suceder en las novelas autobiográficas, el autor escribe, construye personajes y escenarios, mientras dialoga con su propia historia, con el adolescente que era en ese pasado cercano. Nacido en democracia, ingresa en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) con la idea de que, haciendo la carrera militar, ganaría, como si se tratara de un combate, el afecto de su padre adoptivo, excombatiente de la guerra de Malvinas. ¿Pero es posible ganar afecto, o es una guerra perdida de antemano? La novela, movida por esa fantasía, tiene el punto de partida en un engaño: la madre subiéndose al auto de otro hombre. ¿Cómo seguir luego de una desilusión? Vendrán otras desilusiones, porque así es la vida. Pozo existencial donde el personaje principal, como el autor, cae. Vemos caer a Lautaro, asistimos al derrumbe de esos ideales que sostienen, por momentos, el desequilibrio de la permanencia; percibimos, entre líneas, las vacilaciones y ese largo y sinuosos camino de la reconstrucción de los nuevos sentidos, siempre endebles y transitorios. Basualdo escribe, drena, existe. Hace catarsis porque sabe que el arte es medicina, ayuda a zurcir los agujeros del existir, a sanar los traumas de la propia historia, entonces se desdobla para ser Lautaro, el personaje principal de Cuando te vi caer, y reconstruir también su memoria.

   El libro, como cada vida, es una versión de la realidad, ¿o acaso no somos ficciones? Se desmoronan los ideales de Lautaro, esas certezas que en la niñez lo ayudaron a resistir: madre, padre, hijo, familia, amor, temáticas centrales que deberán reconstruirse en la etapa adolescente y que es el intento desesperado de la novela, mecano que, página tras página, nos invita a reformar la historia singular atravesada por la impronta de la década del 90 y las resacas que dejó la dictadura y la guerra.

   En el curso de la novela los ecos de Malvinas resuenan en la casa, en la vida de Lautaro, y en quienes se adentran en la lectura. Basualdo reactiva el trauma de la guerra, porque los traumas son atemporales, tarde o temprano salen, buscan salir, envían señales, síntomas para que sanemos, golpes, como de heraldos negros, diría César Vallejo, que desarman la vida pero para que la rearmemos. La derrota argentina se filtra por las paredes de las frustraciones cotidianas, como los desengaños de Lautaro y de su familia. El contexto del ayer se hace texto en la temporalidad del libro. A 40 años de la guerra por las Malvinas, Cuando te vi caer, de Sebastián Basualdo, se reedita, como la historia, y no invita a no bajar los brazos, a seguir, más allá de los fracasos.