En cada Navidad regresa misteriosamente el pasado y en algún momento de la noche me siento un niño ansioso mientras se renueva la sensación de que un sueño puede hacerse real. En alguna Navidad se tejió la mentira de Papá Noél pero también se instaló la bella posibilidad de la sorpresa que siempre necesitamos para salir de la rutina alienante. Navidad es renacimiento, es ritual, es juntarse a celebrar, es dar y recibir amor: ¿y esa no es acaso la fórmula de la felicidad?

   La fiesta es una pausa, un tiempo fuera del tiempo, cambia el ritmo habitual del vivir. Celebrar puede ser el pretexto para detenernos a contemplar y contemplarnos. Necesitamos celebrar. Platón dijo que los dioses hicieron las fiestas para que pudiéramos respirar. Ojalá podamos lograr que la vida misma sea una fiesta y no esperar fiestas para poder celebrar la vida. 

   Ya no está mi vieja. Ya se fueron un montón de familiares. Ya no soy un niño. Pero a las 12, cuando cierre los ojos, sé que algo me conmoverá, una sensación profunda, una emoción indescriptible, como en todas las Navidades. En ese instante, todo lo que fue regresará para volver a ser, y el niño que fui renacerá de mi adentro en búsqueda de la sorpresa, no de un regalo sino en búsqueda del presente, es decir de la conciencia del estar en el aquí y ahora como el mejor regalo: el milagro de estar vivos y poder seguir celebrando la vida.