Se escribieron libros y se hicieron congresos preguntándose: ¿Qué es el folklore? Aparecieron algunos tradicionalistas ofendidos con las innovaciones de los músicos populares de conservatorio, y luego, algunos músicos populares de conservatorio ofendidos con las manifestaciones espontáneas de los guitarreros. En el medio de todo esto, en la ciudad de Santa Fe la cumbia no pedía permiso para colarse en el corazón de su pueblo, en sus andamios, en sus estaciones y hospitales, en sus heridas y en sus muertos, en sus silencios que por fin encontraban un espejo en forma de canciones.

El periodista Marcelo Jara advierte: “No hay obra en construcción de Santa Fe, en que no suene cumbia” La cumbia es en el siglo XXI  la manifestación cultural más popular de la ciudad de Santa Fe. Si bien es cierto que se hace necesario distinguir entre lo masivo y lo popular, ya que no todo lo masivo es popular, la cumbia santafesina corresponde a contextos humildes: un hijo que va a visitar a su padre a la cárcel, otro que le canta a la pobreza de su madre inmigrante o al destino trágico de sus hermanos. Pero esto es algo más que melodrama o cancionero de la resignación, es un retrato de un sector social que (casi) no está representado en otros géneros. Desde luego que la mayoría de las letras de las cumbias santafesinas son románticas, sin embargo es una manera de amar en medio del desamparo, la esperanza del amor aunque se esté fuera del mundo. Siempre con la compañía del ángel guardián de la cumbia santafesina: el punteo de guitarra, singularidad que la distingue de la colombiana; la guitarra otra vez vuelve a marcar la historia de nuestra cultura popular: desde la vihuela con la que Martín Fierro cantara sus penas, a la guitarra que Juan Carlos Denis - con su grupo Los Del Bohío - cambiara por el acordeón, dando origen al toque especial de la cumbia santafesina, como informa Maximiliano Márquez en su libro “Santa Fe es cumbia”, que también añade que Chany Gutiérrez fue el productor pionero de este movimiento que financió  el primer disco de Los Palmeras, con la condición de que no grabaran canciones de Cuarteto Imperial o de otros conjuntos colombianos, sino que registraran creaciones propias. De esta visión de Gutiérrez nace el fenómeno cultural de la cumbia santafesina.

No es casual que su máximo poeta Czeslaw Popowicz, popularmente conocido como Yuli, sea hijo de polacos nacido en un campo de refugiados en Italia, llegado a la Argentina a los dos años en un buque carguero huyendo de la segunda guerra mundial. Yuli y su familia trabajaron como peones en campos de Buenos Aires, Mendoza, hasta que se instalaron definitivamente en la ciudad de Santa Fe: "Mis padres estaban muy golpeados y nuestra vida fue signada por la tristeza y la pobreza. En Santa Fe vivimos abajo de un puente. El techo de nuestra casa eran las estrellas, la luna y el sol. Un día el Gobierno nos mandó, a mis hermanos y a mí, a vivir a un asilo para menores; sufrimos el desarraigo de nuestros padres. En esos años, papá falleció en la cárcel y mamá quedó sola". Es decir, el máximo poeta de la cumbia santafesina conoció la pobreza, la vida a la intemperie, los asilos de menores, la muerte de su padre en prisión. De este dolor Yuli hizo su alquimia, por eso su cumbia testimonial consigue pintar un mundo marginal al que el arte muy pocas veces llega. Así el preso por fin pudo encontrarse en su canción: “Estas cuatro paredes / saben de mis ruegos/ estas cuatro paredes/ me oyen llorar/ estas cuatro paredes/ gritan mi libertad”(La Celda veintidós). El lisiado empujado a mendigar por la desgracia, se sintió acompañado: “Te quisiera yo contar, / esta cruz que hoy yo cargo/ sucedió hace un tiempo atrás, / haciendo changas, / en un gran corralón, / las bolsas de cemento,/ cargada en un camión / y en segundos, / ni sé cómo sucedió, / la montaña de cemento, / sobre mi cuerpo cayó” (La Silla Vacía). El fuera del mundo encontró la manera de cantar su pena, como un Martín Fierro de ahora: “esta herencia cargo yo de miseria y de dolor / bajo un cielo oscuro y gris/ mil caminos recorrí mendigando/ una madre que lloraba y a sus hijos entregaba / cinco hermanos separados y dos pobres internados/ que sin padre hemos quedado”

Cabe recordar que Santa Fe ha dado artistas como Horacio Guarany que cantaron la tristeza del hachero, del pescador, del niño pobre, hasta de la prostituta. También poetas como José Pedroni y Julio Migno que supieron pintar la vida de los humildes habitantes de la Santa Fe profunda. A trovadores que como Orlando Veracruz cuentan la historia del niño que debe dejar la escuela primaria para ir a trabajar o del paisano que perdió todo por la inundación. La cumbia santafesina retoma esta poética de la cultura de la adversidad, trabajando con la poética de la desesperación, dando testimonio de las pequeñas tragedias cotidianas que mucho antes de que sean abordadas por la literatura, el cine, el periodismo, dejan de ser invisibles gracias a la cumbia.

Si la cumbia santafesina es o no es folklore es un asunto que muy poco les importa a aquellos que sienten su abrazo musical en medio de las soledades crónicas de la historia, de la intemperie cultural a la que sistemáticamente fueron y son arrojados.