El domingo hicimos terapia. La mejor terapia después de la gran psicopateada de los opositores que ya abandonaron para siempre los argumentos políticos y hacen proselitismo y progolpismo con consignas que son insultos. Ya habíamos conocido que la jefa del gobierno era autoritaria, loca, chorra, fea, mentirosa. Lo nuevo fue que dijeran que Cristina era asesina. Y no saben ellos cómo funciona el kirchnerismo, ni lo quieren saber. Porque donde hay amor, ven alcahuetería y adulación. Donde hay alegría, ven choripanes y planes sociales. Donde hay entusiasmo, ven odio y violencia. Donde hay ganas de justicia, ven revancha y salvajismo. Y no se dan cuenta de que nos duelen de verdad los ataques a la presidenta. Y no se dan cuenta de que cuando la insultan a ella, nos insultan a todos. Que durante estas semanas en que se movieron como lobos que habían olido sangre, éramos miles los que sentíamos el asedio como algo personal. Y así lo vivimos en la plaza. Y esto debería escribirlo para los opositores, porque para nosotros es una obviedad: el kirchnerismo es algo personal. Los que fuimos a escuchar a la presidenta tenemos razones muy profundas para ir a apoyarla. Razones que tienen que ver con nuestra vida doméstica, la vida verdadera, la que vivimos todos los días y no la que leemos en un libro, en un diario, o pensamos mientras discutimos. Por eso la mujer que me paró en la plaza, bajo la lluvia finita y molesta, para pedirme que contara su historia. La de una mujer de Formosa que pasó siete años sin poder visitar a su familia porque no tenía plata para viajar, y ahora la puede visitar dos veces al año. La que tiene tres hijos con empleo, la que a pesar de no poder trasladarse trabaja en su casa. La que me cuenta que ahora tiene a su madre jubilada, y que con su jubilación puede comprarse zapatos nuevos cuando antes el problema era comer todos los días. Esa mujer que al final me aclaró que no recibe ningún plan social (porque muchos todavía no se sacan de la cabeza que recibir un plan es clientelismo). Esa mujer que es consciente de que esos cambios tienen que ver con quién esté inaugurando las sesiones en el congreso. La vida doméstica y la política. Reunirse con la familia, comer bien, los hijos con trabajo, la madre con zapatos nuevos y Cristina. Y sacudamos esta historia para que no quede en el sentimentalismo de barrio, o en la crónica melodramática de una casa pobre que dejó de ser pobre. Porque esa mujer estaba ahí en la plaza poniéndole mucho coraje, poniendo su cuerpo dolorido -que como ella misma me aclaró no la deja salir de su casa. Y así son miles y miles las historias personales donde el kirchnerismo supo inmiscuirse y mezclarse, haciendo que la política no sea algo que ocurre lejos de donde estamos, sino justamente en nuestras casas con nuestros hijos y nuestras madres.

Ahí está Cristina, en los zapatos nuevos, en el almacén, en los medicamentos del PAMI, en la casa que se agranda, en la mochila para los hijos que van a la escuela. Pero lo más reconfortante es que esos ítems de la vida rasa los supimos comprender con la Cristina que desendeuda, la que firma acuerdos, la que disputa con el poder mediático, la que se enfrenta con los fondos buitres, la que recupera el petróleo, la que recauda impuestos, y la que reclama en la ONU por nuestros derechos. El kirchnerismo entonces se vuelve algo personal porque es la primera vez que quien preside el país no nos miente, y nos explica a quién hay que sacarle para darle al que le quitaron antes. Y hay en ese entender de qué se tratan las cosas una felicidad, una especie de completud, una pertenencia que nunca pudimos sentir antes cuando las cosas iban mal y ni siquiera nos decían por qué. Y hay en esa pertenencia una gran complicidad, una sensación extraña de estar conspirando de a miles y a la luz de todo el mundo. Una conspiración multitudinaria y gritada a los cuatro vientos. Porque los que nos reunimos en el congreso sabemos que Cristina no es el poder. Porque el Poder con mayúsculas no nos quiere ni a ella ni a nosotros. Y eso, amigos, hace que todo esto sea más lindo de ser vivido y compartido.