¿Cuántas veces a lo largo de la vida tendremos que salvarnos? En un mundo tan violento y competitivo, de guerras, hambrunas y pestes, cada día que pasa somos sobrevivientes. En este tiempo luchamos contra este enemigo invisible llamado COVID. Y aprendimos a escaparle a sus garras cuidándonos y cuidando. No contagiarnos. No enfermar. No morir. Sin embargo, hubo quienes no pudieron resistir y murieron en el intento. El resto de los mortales cargamos con la responsabilidad de seguir defendiendo la vida que tenemos y la memoria de los que se fueron.

   Y en este esfuerzo por salvarnos, debemos defender también nuestra salud mental, no enloquecer, no pegarnos la cabeza contra la pared, no hundirnos en el colchón. Hacer lo que se pueda con la vida que veníamos llevando, sabiendo que lo más importante es comprender que en situaciones adversas se hace lo que se puede, no siempre lo que se quiere. Y que es normal que a esta altura de los acontecimientos haya un tremendo agotamiento producto de tantas defensas que tuvimos y tenemos que implementar para resistir la tormenta, para acomodarnos a los cambios obligados de rutinas y para seguir viviendo en medio de un clima social de permanentes mensajes tóxicos ligados a la peste y sus efectos enfermizos.

   Sobrevivir es también prestarle atención a los primeros signos del estrés, a las conmociones en la salud mental desencadenadas por tantas vivencias pandémicas. La frecuencia negativa que nos envuelve, de alguna manera tiene que afectarnos. Entonces verificar las señales disfrazadas de síntomas que envía nuestro psiquismo, las reacciones emocionales y físicas que darán cuenta del agotamiento que podamos estar sintiendo. El malestar suele mostrarse aumentando los niveles de angustias y de ansiedades, trastocando el descanso y el sueño, el humor, con la presencia recurrente de pensamientos negativos y reacciones exageradas. El estado de tensión vivido durante este tiempo se tiene que sentir, y es muy probable que sigan apareciendo síntomas que debamos atender antes de que se asocien unos a otros y el cuadro se agrave. 

   Sobrevivir es estresante, no es lo mismo que gozar de la vida. El agotamiento es lógico, esperable. Si en contextos “normales” muchas veces vivir cuesta tanto, mucho más en tiempos donde acecha tan de cerca la posibilidad de enfermar y morir, donde el mundo es un campo sembrado de padecimientos y más incierto que nunca. Es esencial escucharnos, escuchar la sabiduría que envía nuestro cuerpo, nuestra mente. Ante el agotamiento, no exigirnos, detenernos un instante, respirar una y tantas veces como sean necesarias para encontrar la calma, conscientes de que ahí se juega la verdad más contundente: la vida.