Los futbolistas de rango mundial contrarían al orden científico: tienen las manos en sus pies. Desmienten así esa injusta denominación anatómica de extremidades inferiores supeditadas a las llamadas superiores. La saeta rubia que recién se fue, decía acerca de su compañero el húngaro Puskas: “ Con la pierna izquierda manejaba la bola mejor que con la mano”. Lo mismo podría decirse hoy de tantos otros cercanos o lejanos. En el fútbol, cada vez más, las piernas y los pies consiguen y aún superan las cualidades y virtudes que naturalmente privilegian a las manos. Alteran esa tradición; la trastocan.  Y no es la mera habilidad, pero lo es. No son tampoco las meras destreza, ductilidad, entrenamiento, musculación, perfección atlética, genética hereditaria, psicología aplicada, nutrición, método de avanzada, podología extrema  o sistemas de nutrición  lo que la determinan. Es que para que en los futbolistas mundiales los pies alcancen la seguridad, maniobrabilidad y precisión de las manos ha estado ocurriendo un acelerado fenómeno de adecuación biológica. Si Charles Darwin nos revelaba la evolución de las especies y la supervivencia de las más aptas sobre las más débiles, el fútbol nos revela que en su relación con la pelota las extremidades llamadas inferiores no tuvieron otra alternativa que superarse. Como los chicos del potrero a veces descalzos, resistían la dureza del terreno, las piedras, la resistencia del cuero mojado de la pelota, sellando la primera base de la evolución de esa especie inferior que son los pies. Y como el reglamento del juego no permite el empleo de las manos, salvo a los arqueros, que últimamente las van postergando por los puños o el rechazo con el pie en emulación de los diez jugadores restantes, entonces se produce el darwinismo. Ya que enfrentados a esa limitación reglamentaria, y como aquellas especies estudiadas por Darwin, los pies de los futbolistas se vieron obligados a una evolución que los fue haciendo superiores. En los pies también está la cabeza, como decía Di Stéfano. La prueba es que tienen su lenguaje y la pelota los entiende. Y cuando no, se nota en su tristeza baldía y en como la pelota corre sin rumbo,  incomunicada y los pies tristes siguen hablando solos. Es que tienen sus sentimientos. El investigador austríaco Paul Diel consideró que el pie es el símbolo de la fuerza del alma. Freud y Jung dicen que el pie es fálico y el calzado es femenino. De modo que el “falo” debe adaptarse a la mujer. ¿Ven? el fútbol une a ambos géneros. La teología cristiana representa a los ángeles “Serafines” –tan bellos que solo pueden ser mirados por Dios-con los pies alados.  Por qué  ramplonamente cuando juzgamos una obra mal hecha decimos que “está hecha con los pies”, interiorizándolos. Porque se supone que de los pies no surge nada alado. Pregúntenle a la pelota de fútbol.

Lo cierto es que   al cabo de años de alta competencia, las marcas, cicatrices, muescas, hendiduras, costurones y daños colaterales ya imborrables  pueblan pies y piernas de esos jugadores. Calcúlese que si fatigan  y corren 11 kilómetros por partido, cuántos miles de kilómetros suman al cabo de cientos jugados hasta la extenuación; y si por partido reciben diez o quince faltas sin contar las zancadillas que el referí no  advierte ¿cuántos cientos de tapones habrán dolido y torturado al incrustarse en las extremidades inferiores? 

Perdón. Superiores.