El bullying, o acoso escolar, es una de las tantas formas de la violencia, en este caso entre niños y adolescentes. Maltratos, a través de amenazas hostiles, físicas y verbales, que se repiten en el tiempo y que dejan un daño transitorio o permanente en la víctima. Sucede dentro y fuera del aula. Incluye el campo virtual, a través de los teléfonos, que además promocionan la violencia haciéndola viral y banalizando sus efectos.  

   Lo importante, siempre, es detener a tiempo todo forma de violencia. Cuanto antes se detecte y detenga, menor serán los daños en la salud mental de la víctima y de su entorno. Quien sufre bullying manifestará diversos cambios en su personalidad, pero tiene que haber un adulto capaz de decodificar esas alteraciones, alguien que registre ese sufrir. Y los adultos, ¿dónde están?

   Tras los hostigamientos y agresiones, la víctima presentará cambios paulatinos en sus conductas y emociones, tristeza, inquietud, angustia, miedos, trastornos en el sueño y en la alimentación, afectando además sus relaciones sociales y rendimiento escolar, se aislará, querrá faltar a la escuela, manifestará dolores estomacales o de cabeza, vómitos, lo que sea, incluso podrá atentar contra su vida o la de los otros con tal de que ese sufrimiento se detenga. No hay ninguna forma de la violencia que no afecte el bienestar psicoemocional de la víctima.

   La violencia tiene origen multicausal. Las formas de maltrato que se expresan en las escuelas son la metáfora de un mundo familiar y social donde se apuesta a la violencia como modo de resolución de los conflictos, en detrimento del uso de la palabra y el diálogo como herramienta fundamental. En las instituciones educativas suele aparecer sutilmente, como “cargadas”, “chistes”, pero es como la levadura, se instala con pequeñas denigraciones, violencias sutiles o psicológicas, y si no se detecta y detiene a tiempo, crece, se intensifica hasta alcanzar formas cada vez más dañinas. 

   Para comprender y desarticular las diversas formas de la violencia y el bullying, tenemos que ir a sus causas, concientizar acerca de sus efectos, llegar a los orígenes y trabajar desde las escuelas, en ese pequeño mundo donde empiezan a reproducirse los aprendizajes sociofamiliares.

   Los principales cimientos de la violencia escolar son:

La discriminación. Los estereotipos impuestos socialmente son uno de los mayores desencadenantes de acoso escolar. Lo hegemónico como patrón de “normalidad” y la asignación de lo diferente como aquello detestable, como eso que hay que combatir, como color de piel, el peso corporal, la orientación sexual…

La falta de contención, diálogo y presencia familiar. Niñas y niños que son víctimas de diversas formas de violencia intrafamiliar y que luego reproducen lo sufrido, activa o pasivamente, dentro y fuera de las escuelas.

La violencia social y callejera, donde nuestras niñeces circulan y aprender a ser intolerantes y explosivos.

   ¿Cómo sanar el bullying, estas modalidades violentas que aparecen tan tempranamente? Con ejemplos concretos desde el mundo adulto, donde se reflejan las niñeces. Enseñando acerca de la importancia del dialogo. Trasmitiendo que aceptar, integrar, entender la diversidad de formas de ser y de estar en el mundo son las que nos nutren, y no lo igualdad o semejanza. Y como trasmitió Mahatma Gandhi, que la no violencia es la mayor fuerza a disposición de la humanidad, aunque se quiere enseñar lo contrario. La violencia se aprende y desde ese aprendizaje es que se reproduce. La prevención, a través de charlas y campañas de concientización, es la mejor vía para que no se instale el bullying, que si no se desarticula a tiempo será el caldo de cultivo de toda forma de violencia social futura.