Como los estafadores del legendario cuento de Christian Andersen, que engañaron al estúpido rey y lo dejaron desnudo haciéndole creer que lo cubría una tela invisible, a Mauricio Macri también le hicieron creer que si juraba como presidente gobernaba la Argentina. Y lo engañaron tanto que se puso a bailar en el balcón de la casa rosada en lugar de ponerse a pensar. Actividad esta para él desusada, porque la delega en sus íntimos servidores que se afanan porque el rey no se de cuenta que está desnudo.  La ligereza de sus gestos, la vocación por divertir con su comportamiento chic es la extroversión de su naturaleza. El laboratorio de campaña supo poner en acción toda esa materia prima innata del presidente, como se extrae de una limitada cantera lo único poco que se puede.  El perrito en el sillón no fue una travesura al azar sino una metáfora de si mismo. Si quisiera retorcerla cambiaría el perro por un ñoqui, y morochito. Ignorante y distraído -¿o consciente y feliz?- de su obscenidad pública,  baila, deshilvana palabras, se desorienta y sorprende de las dificultades que ocasiona.  Mientras presume de aciertos que muchos sufren como desaciertos y vejaciones y otros como rigores sensatos para volver al mundo.  El actual desgobierno ( opinión subjetiva) de real y demoledora eficacia a favor de los favorecidos, contradice el irrealismo danzarín pluriregional y multiritmo del presidente desnudo. Su décontratée es una caricatura de actuación fingida. Igual a la de tantos periodistas ricos preocupados por la gente y no por escuchar la cucaracha en la oreja por donde les dan órdenes sus patrones. Las que más le importan en la vida para no perder la vida buena que los incita a odiar los piquetes, los trapitos y los manteros. En tanto, la tilinguería, la que desnuda a tantos argentinos, tan inseguros de su condición que se metamorfosean por otra de más clase, tiene en el presidente su consagración empírica. Su versatilidad le permite interpretaciones imperiales y vaticanas- y hasta vecinales- con gracejo puntaesteño. No hay corte de luz que se lo apague; los tilingos pueden inmolarse con tal de ser tilingos. Entre ellos y el presidente hay empatía privada. Hay nismanías hipócritas y falsas, y “colones” renacidos en mármol. Se me ocurren estos símbolos: un vacío lleno; una nada sin algo.

Expuesto como vino al mundo, él es eso que se ve; ese que es. Su sinceramiento vale.  Porque es sincero y no da lugar para la mentira. Un juguete rabioso no juega en broma. Un presidente como este tampoco. Promete romper juguetes como vidas y podrá haber sobrevivientes que aplaudan que rompa todo menos a ellos. Nosotros somos el público cautivo. Él seguirá retozando desnudo, mientras los tilingos mirándole el culo lo sigan viendo vestido.