Las parejas en el pasado, como las heladeras Siam 90, eran para toda la vida. Y si bien la metáfora, como toda metáfora, se presta a distintas interpretaciones o líneas de pensamiento, con esto pretendo decir que los vínculos terminan recibiendo las improntas del mercado. Cuando compré mi casa, un amigo me dijo: “Es una construcción vieja pero muy fuerte, paredes de ladrillos acostados, como construían los tanos de antes, la casa para toda la vida”. Hoy las casas, los electrodomésticos, los autos, como también los vínculos, se construyen para el recambio. Relaciones por demás débiles y desdibujadas, roles sin ladrillos, vínculos de cartón, abiertos, loft. Y cuando las políticas del mercado y las modas determinan qué es estar en pareja, y peor aún, qué es el amor, estamos perdidos. Son los tiempos de la deshumanización de los vínculos, de “amores” como mercancías, de personas que se venden y se compran en las góndolas de las redes sociales y en los medios masivos de comunicación donde se exhiben y se imponen las mujeres y los hombres que hay que conseguir y consumir.

   Desde luego que no todo pasado fue mejor. El imperativo social establecido en el ayer, el de la “eternidad” del matrimonio, implicaba que muchas mujeres y muchos hombres fueran tristes espectadores de la caída del amor, que quizá se tuvo en algún momento, de la mano del desvanecimiento del deseo y la pasión. Pero en esos tiempos se seguía igual, porque así tenía que ser, esa era la moda, la estructura social imperante. Y tras ese malestar aparecían, con el paso de los días, los síntomas, la violencia, la infidelidad, las vidas duales y el clima tenso y tóxico como un estado permanente y definitivo. En la actualidad estamos en las antípodas, en la otra cara de la moneda, en el tiempo de la primacía de lo efímero, del recambio; las parejas, como los celulares, cansan, hay una o uno que funciona “mejor”. El espíritu de la época está marcado con el imperativo del plus de gozar, siempre gozar, el placer permanente como motor principal y, desde esa modalidad de vivencia, no se soporta ninguna crisis ni se profundiza en los que está sucediendo. ¿Y por qué no se profundiza? Porque es una pérdida de tiempo. Ante los primeros signos de que algo no va más, separación. Una crisis parece suficiente para establecer el corte. Como dice la canción de Virus: amor descartable.

   Preocupan los dos polos, las parejas que funcionan con el formato antiguo, que no se “soportan”, que suman crisis, que acumulan desdichas, violencias psico-físicas, y que aun así no se separan porque no se animan, porque no pueden, porque hay que seguir igual, sea como sea. Parejas con resabios arcaicos que, como acontece con todos los ciclos de la violencia, hay una etapa de “luna de miel” que llega luego del maltrato para dejar abierta una puerta ilusoria, como una trampa en la que se cae incesantemente. Y en el otro polo, el marcado por los signos de este tiempo, las parejas que ante la primera crisis sentencian el: “chau, no va más”. Época en la cual se establece que las personas y las parejas no se deben comprometer con nada ni con nadie, ni permitirse el “bajón” que genera atravesar una crisis.

   No hay evolución sin crisis; la vida  y sus etapas, o ciclos vitales, no son sin el tránsito por ciertas dificultades. No hay que escaparle a la crisis porque es inherente a la vida misma. Crisis es, como dicen los chinos, peligro (señal de riesgo) pero también oportunidad. La crisis es como un cartel indicador que advierte: “Peligro de derrumbe”, pero también es la oportunidad para tomar otro camino, posiblemente mejor para uno, para la pareja, para la familia, o de lo contrario, si resulta peor, entonces puede servir para tomar la decisión de separarse, porque, como es sabido, la suma de peligros implica el inevitable derrumbe.

   Cuando comenzaron a salir los e-book, algunos decían que era el final del libro impreso. Pero no fue ni parece que será así. Por lo visto pueden convivir ambos formatos, el papel y el digital. Similar a lo que sucede con los vínculos, persisten las formas del ayer mezcladas con las actuales, depende cada caso, priman unas más que otras. Las formas del pasado no terminarán de irse jamás, para bien y para mal. Sí debemos luchar para desterrar definitivamente la violencia de género, la fijeza de ciertos roles donde la mujer queda destituida o el hombre sobre exigido y viceversa; aun entendiendo que nada se va del todo. No debemos claudicar por visibilizar lo dañino que se repite socialmente como si fuera normal. Pero también entender que cierta estructura firme es necesaria. Así como las construcciones antisísmicas, hechas de hormigón armado y de acero, es decir de la combinación de lo resistente con lo flexible, permiten un leve movimiento que ante un terremoto el edificio  no se derrumbe, entre el formato del ayer, rígido, y el actual, demasiado blando, debemos encontrar movilidad, matices. Una pareja que pueda combinar lo rígido con lo blando, ante los terremotos, resistirá. Pero también, si el amor se agota, podrá establecerse una buena separación, sin tantos daños, para el bien de los dos.