En el sudor del ferroviario peruano, del cafetalero colombiano, del minero boliviano, del bananero ecuatoriano, del jornalero argentino y de tantos obreros de esta Patria Grande, está el hedor de un continente, la transpiración de una América descalza hecha de antigales y catedrales, de santos paganos y vírgenes con nombres de cristianas comarcas, continente de pueblos con diversas culturas, pero con un mismo corazón.

Una América descalza de indios que rezan, y blancos que le entregan ofrendas a la Pachamama, de carnavales emplumados de Río de Janeiro y carnavales enharinados de La Rioja, de diablos que se entierran y se desentierran, de Cristos morenos y mestizos, Cristos de las redes de los pescadores santafecinos y Cristos negros de los temblores de los cuzqueños.

Continente de aguardiente y chicha, de vino cuyano y mezcal mexicano, de río llamado de la Plata (Río de la Plata que en sus orillas el hambre ha llevado al canibalismo) y un Cerro de Potosí, llamado Rico (Cerro Rico, que los conquistadores han desarropado hasta la pobreza)

Tierra que, en nombre de la civilización, ha visto descuartizar a José Gabriel Condorcanqui, y que en el mismo nombre ha contemplado a Roca poblar el desierto con cadáveres de aborígenes, aunque el Papa ya hacía años había anunciado que los indios tenían alma

América de Pancho Villa y Felipe Varela, de Emiliano Zapata y del Chacho Peñaloza, de Juana Azurduy y de Evita, continente de héroes populares que incomodan a las correctas bibliotecas de la Historia oficial, tal es así que a Pancho Villa no se le aceptó en el panteón "de los héroes nacionales mexicanos", sino hasta veinte años después de su muerte, y los manuales escolares argentinos siempre omitieron al Chacho Peñaloza, o si lo mencionaban, se lo retrataba como a un salvaje, sin decir que fue decapitado y su cabeza exhibida en la plaza de Olta, durante ocho días, cual trofeo que los civilizados mostraban como triunfo ante los bárbaros.

Una América de un hedor que, como decía Rodolfo Kusch, lucha contra la pulcritud, esa pulcritud tan propia del amo que dispone brutalmente de sus esclavos; porque además de someter a la esclavitud a millares de indígenas (los indios de las Américas sumaban no menos de setenta millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido a sólo tres millones y medio) también trajeron a Brasil y las Antillas a millares de africanos, que fueron arrancados de sus aldeas e insertados en campos de concentraciones, como nos cuenta Eduardo Galeano en sus Venas Abiertas.

América descalza de mercachifles de levita y obreros descamisados, de Paulo Freire y su alfabetización en las favelas y el Padre Mugica y su militancia de vida en las villas miserias

Una tierra que ha sido condenada a que los mapas del mundo empezaran por el norte, aunque los mapas de Bolivar y San Martín, de Tupac Amaru y el gurí correntino que murió en Malvinas, siempre comenzaron por el sur (la leyenda dice que al ser abatido Emiliano Zapata, su caballo galopó solo hacia el sur)

La América descalza, tiene muchos hijos, algunos se avergüenzan de llevarla en su rostro, en su acento, en su dolor, en su color de piel, en su hedor, en su nombre. Sostiene el historiador cordobés, Roberto Ferrero: “Todos los nombres criollos que memoraban algún suceso de la región o describían sumaria y pintorescamente las características de un lugar desaparecieron. La Esquina del mulato, Paso del Tigre, India Muerta, Médano del Capitán, Tambito, Monte del Toro y tantos otros similares fueron olvidados y reemplazados por los apellidos de los fundadores de las colonias o los dueños de las tierras loteadas. Así “Pozo de Abra” se transformó en Malbertina; “Palo Labrado” en Colonia Lavarello; “Las Ánimas", en Seeber; el “Monte Maza” en Colonia Adela, hasta la histórica “Fraile Muerto” fue rebautizada "Bell Ville", en homenaje al primer estanciero inglés de los alrededores”

América descalza del trueno y el maíz: ¿cuántos han intentado ponerte una torre Eiffel en Jalisco o un palacete de Versailles en Buenos Aires? Pero esta tierra se subleva, su arisca identidad surge en ojos y en idiomas, en los hijos de arcilla, como los bautizara Neruda, hijos que llevan cantos en la sangre, cantos que provienen del ancestral pentagrama, de la partitura de cuando la música en esta tierra no se llamaba música, porque esta tierra todavía se llamaba como el canto del pájaro que desconocían los ornitólogos del viejo mundo, como el eco del cerro que ignoraban los geólogos, como la música del agua de los saltos misioneros, que desconocían los músicos cortesanos.

América descalza, hija de Viracocha, artífice del mundo, ese Dios andino parecido al trueno, al río, al cerro, al camino, un Dios que siempre estará ausente en los fastuosos templos, porque el valle es su ermita, porque los pies del indígena son su evangelio, porque su oro es el sol de los hijos del maíz y su altar la rebeldía cósmica y cultural de su pueblo. Viracocha es maestro, porque su presencia enseña a encauzar los ríos, a resistir la furia de los volcanes, a trabajar la tierra y cuidarnos de la inclemencia del mundo; Viracocha es rico porque nos da las aguas y los frutos ; Viracocha es varón y mujer, varón como el rayo y el sol, mujer como la luna y el invierno (invierno que el inca consideraba mujer) Aunque a Viracocha se lo considera: “el sol del sol” , “la flor cósmica”

América descalza, cuánto ha sufrido la selva de Brasil por los mercaderes del caucho, cuánto ha padecido el mar patagónico por los asesinos de ballenas, cuántas amarguras ha vivido Haití por el cultivo del azúcar, azúcar que se utilizaba hasta en los ajuares de las reinas. El dolor de la Cuba transformada en el burdel de los marines norteamericanos, mientras en sus campos sólo uno, de cada diez obreros, consumía leche; la tragedia que ha vivido el santiagueño con La Forestal, viendo morir a su monte, y como no mencionar la matanza que el paraguayo padeció con la fatídica guerra de la triple alianza. Sin embargo, el hijo de la América descalza ha aprendido a transformar su dolor en canto, en danza, en leyenda, en arte, en copla, el dolor del Brasil profundo retumba en tambores, y la tristeza de la ballena muerta a orillas de Tierra del Fuego se entona en los cantos de los onas, y Haití resiste al ritmo del ibo, heredado del latir del corazón negro de África, y Cuba con sus trovadores y sones, y nuestro Santiago, con sus chacareras y vidalas sacheras y Paraguay con su arpa y con los versos de Elvio Romero: “No hay camino que borre vuestras rojas pisadas/ no hay caballos que olviden vuestra destreza antigua de jinetes/ labios que no pronuncian el saludo caliente del regreso;/todo depende ahora del rapto agricultor de vuestras manos,/ del avizor sentido que tienen las simientes/ y la honradez de vuestros pasos”

Por muchos años los ponchos y los estribos se importaron de Inglaterra y con ellos también el desprecio hacia nuestras manos, hacia nuestros hombres de campo que preferían andar con andrajos a vestir ponchos ingleses, porque el poncho hecho en Catamarca daría un poco de pan a la tejedora y su familia. Si se llegaron a importar los ponchos,¿ por qué no se importarían banderas, ídolos, héroes, hasta una manera de vivir?

En 1815 un decreto estableció que todo gaucho que no tuviera propiedades sería reputado sirviente, con la obligación de llevar papeleta visada por su patrón cada tres meses. Y la respuesta a esa medida civilizadora, fue la bala más letal de nuestra historia, el Martín Fierro

América descalza, continente de pie, mirate en el espejo interior (no en los espejitos de colores) y encontrarás el camino de mañana (el sabio camino de los antiguos) la alegría y Libertad de tu pueblo.

TEXTO EXTRAÍDO DEL LIBRO “AGUAFUERTES PROVINCIANAS” DE PEDRO PATZER- EDICIONES CORREGIDOR