Esta columna no persigue ningún desenlace esclarecido ni intenta la búsqueda de una solución solemne y definitiva a ningún gran tema de la humanidad. Sólo se permite dudar de aquella máxima que expresa que si se acaba el mundo vamos a salir todos corriendo a coger, dicho de otra manera: ¡a coger que se acaba el mundo!

Bueno, vea, señor, señorita, no sucederá así, por una sencilla razón, hay que convencer a otro para coger. De todas las actividades sociales que persisten en el presente coger sigue siendo una de las pocas que precisa de un otro para llevarla a cabo de una manera eficaz. Eso, y jugar al fútbol, aunque de no jugar fútbol no nos vamos a extinguir como especie. Eso sí, nadie dirá ‘a jugar al fútbol que se acaba el mundo’. Urgente: Se acerca un asteroide a la tierra, ‘taxi, a open gallo’. No, eso no va a pasar.

Tenemos una experiencia al respecto: después de inventarse la radio y antes de inventarse el manual de estilo y de las recomendaciones del afsca, justo en la mitad, Orson Welles mezcló el radioteatro y el informativo e hizo ‘La guerra de los mundos’. Una ficción, que no aclaró que era tal, y que pasó por cierta: dijo que el mundo se acababa y la gente se imaginó el día del juicio final y se suicidó en masa o corrieron sin destino. Ante la invasión extraterrestre mortal la reacción de la humanidad fue matarse o correr más que de coger.

Así que ya saben, la próxima vez que reparen en la tan mentada frase ‘a coger que se acaba el mundo’ sepan que es falsa. Cuando escucharon a Welles, miles de hombres y mujeres abandonaron sus casas y colapsaron con sus autos las autopistas y no los cines porno; abarrotaron las estaciones de trenes y no los sex shops; se agolparon de a cientos en las comisarías y no en los hoteles alojamiento.

Corrieron. A correr que se acaba el mundo.

Eso fue lo que hicieron, y no el amor.