Sospechosa e inesperada concurrencia de Dujovne y Lopetegui para advertir algo a Lagarde en Washington, me recuerda los desesperados e intempestivos itinerarios de Domingo Cavallo durante 2001.  El equipo técnico del organismo internacional acaba de irse. El primer programa del FMI sirvió para evitar el default y al mismo tiempo financiar la fuga de capitales relevando del riesgo a los prestamistas privados, salvando a los bancos y fondos de inversión, preservando el sistema financiero internacional, con consecuencias devastadoras para la Argentina en términos de pérdidas de reservas. El segundo programa económico del FMI tenía como objetivos: escindir la carrera entre el dólar y la inflación, cuando el dólar ya había aumentado 100% y la inflación superaba las metas 200%. Más que nada el FMI buscó evitar el default, y de ser posible ir bajando el riesgo país, para tratar que la deuda siga siendo sustentable y los bancos no tengan que “previsionar perdidas” proporcionando balances aterradores impactando la bolsa de New York.

Reducir los nuevos y aumentados déficits de la “herencia recibida”: déficit fiscal, déficit en la cuenta corriente del balance de pagos e inestabilidades frecuentes del BCRA, parecían ser los propósitos supletorios, impidiendo que se repitan circunstancias fustigadoras, querían que se contenga la tasa de inflación y que la economía lograra aguantar hasta la elección presidencial de octubre.

No creo que hoy el objetivo sea que la actual administración llegue con chances a la disputa presidencial de octubre-como dicen los medios-. El propósito es más modesto. La intención es lograr que Mauricio Macri termine su mandato sin tener que llamar a una elección anticipada, o una renuncia y convocación a la Asamblea Legislativa como en 2001.

Es que no sé ve claro como llega a la elección de octubre, sin una reactivación inmediata de la economía. Si el Gobierno y su entorno de soporte creen que con una recuperación lenta se puede entusiasmar a los diferentes actores sociales y de los mercados, están sofreídos. Argentina se desmoronó. Se cayó del mundo de los mercados financieros. Nadie más que el FMI le volvió a prestar, desde enero de 2018. Y, sin crédito externo para financiar los déficits gemelos mientras al mismo tiempo pedaleaba la bicicleta financiera, la única alternativa fue el “trotskismo económico”, “la segunda internacional neoliberal”, la revolución del ajuste permanente. La receta estándar del segundo acuerdo con el FMI incluye; política fiscal contractiva con meta de reducción del déficit primario a cero en 2019 y superávit de 1% del PBI en 2020, pero la recaudación ya está cayendo 6% en términos reales. Hay que ajustar más. La política monetaria debe ser súper contractiva con una meta de expansión de base monetaria cero y suba de tasas extravagantes para las Leliq nuevamente, para evitar esta nueva carrera dólar versus inflación, por el momento sin éxito. Febrero va a rondar en derredor de 4% de inflación y el dólar se disparo hasta $43.50 el jueves.

En este marco teórico económico, no existen opciones de estímulo a la demanda agregada, vía políticas fiscales y monetarias expansivas, además de la imposibilidad auto infringida por el nivel de endeudamiento excesivo y la carencia de financiamiento. Así el Gobierno viene divulgando cualesquiera medidas escasas para dar señales de que va a afianzar el consumo y la actividad económica. Pero con una política macroeconómica contractiva, estas obvias medidas de marketing de impacto político, tendrán un resultado insignificante a nivel agregado. Solo aprovecharán para ayudar discrecionalmente a algunos amigos del ministerio de producción, porque con la macro en contra, ni Coca Cola es eficiente.

Como se puede ver, las cosas empeoran cada día. La economía se contrajo en los últimos tres trimestres de 2018  a una velocidad anualizada de 9.5% (como en 2002 con corralito, corralón, default, pesificación, incumplimiento de contratos. Sin que se haya roto la convertibilidad como en aquel tiempo, y con el mejor equipo de los últimos 50 años, el año pasado cerró con una caída promedio de 2.7%, dejando para 2019 un arrastre negativo de -3%, sin margen de maniobra y con efervescencia social-gente pidiendo comida en la puerta de los country club-.

El déficit fiscal primario está bajando, pero el financiero creciendo y el  externo ajustando menos de lo previsto. Este plan de emergencia para terminar el mandato, de ningún modo ha sido el inicio de un camino hacia una trayectoria de deuda pública sustentable. Así vamos a default desordenado. El programa económico es un “pelotazo en contra”, sumamente peligroso y va en la dirección opuesta a la corrección de la pobreza y la indigencia. Aun va en contra de los mercados, porque no tiende a reducir la incertidumbre, sino a acrecentarla habiendo generado ya  el Déjà vu  de 2001 en medios internacionales. En términos figurados, podría decirse que estamos en un tiempo político-económico y social como aquel de Marzo de 2001 cuando fueron a por López Murphy y luego a por Cavallo, pero con menos margen y menos nivel de economistas ilustres “a mano”. Cambiemos necesita cambiar de gabinete, de plan económico y luce indefectible y forzoso reestructurar el acuerdo con el FMI, para evitar un estallido social. Se necesita un ministro de economía política, no un macroeconomista vendedor de informes y conferencias embutidas.

Caen PBI, consumo, inversión; crece la inflación, las suspensiones, el desempleo, la pobreza y la indigencia. Pero estarán mucho peor si rápidamente no se produce una renegociación con el FMI y una reestructuración de la deuda con los acreedores privados.

Con una economía en caída libre, la elección presidencial luce inalcanzable, el panorama es retador para “la política”. El tiempo de los tecnócratas termino. El presidente debe tomar decisiones ya. Jugado por jugado, de todos modos no hay chance de una reelección de Mauricio Macri y, si el peronismo no se planta va a tomar un hierro caliente como en 2001. El descarrilamiento en cámara lenta que estamos viendo, esta por acelerar su marcha y podemos chocar el país con consecuencias nunca vistas.