Mucho se ha dicho, y no sin razón, acerca del enorme poder de los medios de comunicación hegemónicos para influir en nuestra apreciación de la realidad. Sus verdades a medias, sus flagrantes mentiras y sus ocultamientos han sido ya denunciados sin que ello afecte su comportamiento.

Pero para Shoshana Zuboff (socióloga, profesora emérita en la Harvard Business School y escritora estadounidense) todavía más grave es una nueva etapa del capitalismo que ella denomina “capitalismo de vigilancia” en un muy interesante e inquietante libro: “La era del capitalismo de vigilancia”.

Zuboff define el capitalismo de vigilancia como un nuevo orden económico que reclama para sí la experiencia humana como materia prima gratuita aprovechable para una serie de prácticas comerciales de extracción, predicción y ventas y que constituye una amenaza tan grande para la naturaleza humana como lo fue el capitalismo industrial para el mundo natural en los siglos XIX y XX. Los adalides de esta nueva etapa del capitalismo son Google, Facebook, Amazon y Apple.

La autora distingue tres etapas de la modernidad, la primera caracterizada por el capitalismo industrial que deriva en una economía básicamente keynesiana y que finaliza a mediados de la década de 1970 cuando de la mano de Friedrich Hayek y Milton Friedman toman preeminencia viejas ideas que parecía destinadas al olvido y se instaura el neoliberalismo. Ella lo caracteriza perfectamente destacando  que  ”la autoridad absoluta de las fuerzas del mercado se consagra finalmente como la fuente suprema del control imperativo desplazando la contienda y la deliberación democráticas y sustituyéndolas por una ideología de individuos atomizados y condenados a competir eternamente por el acceso a recursos escasos” y agrega que el capitalismo dejó de basarse en la producción rentable de bienes y servicios para fundamentarse en formas cada vez más exóticas de especulación financiera.

Todos nos habíamos ilusionados con el desarrollo vertiginoso del mundo digital que prometía una era de bienestar, acceso a la cultura y democratización de la vida. Sin embargo decenios de sorprendernos por el herramental computacional cada vez más veloz y de mayor volumen, comunicaciones más rápidas e integraciones más eficientes no han logrado reducir las desigualdades, asegurar la paz, disminuir la pobreza extrema ni eliminar las acciones discriminatorias de toda índole,

Este fue el contexto que permitió que surgiera la tercera etapa de la modernidad dominada por lo digital que prometía un futuro mejor pero dio lugar al capitalismo de vigilancia.

Actualmente los sistemas informáticos recolectan una inmensa cantidad de datos de los usuarios: todos los clics que se generan en sus equipos, todos los sitios visitados, sus recorridos siguiendo los celulares, y sus actividades mediante sensores y microprocesadores ubicados en sus autos, en sus viviendas y cada vez más en sus artefactos hogareños. Por cierto que esto es de gran utilidad para la búsqueda de datos que facilitan enormemente las tareas de alumnos e  investigadores, guían a los automovilistas, permiten detectar intrusos en las viviendas, encienden calderas de calefacción cuando la temperatura lo amerita, etc., pero los datos debieran ser privativos de los usuarios, quienes los pondrían poner a disposición de los terceros que ellos designen y eliminarlos cuando lo decidan.

Sin embargo los grandes monopolios informáticos se apropian de los datos sin pagar por ello y los manejan con fines comerciales con una nueva vuelta de tuerca  en la ya inconcebible concentración de riqueza y poder. Con esa inconmensurable cantidad de datos sobre los individuos, las empresas que los capturan crean modelos que permiten conocer, con muy alta probabilidad de acierto  nuestra conducta futura. Esa información es comercializada a empresas que por supuesto están interesadas en conocer lo que haremos en términos de consumos, actividades, preferencias, orientación política, etc. Un paso siguiente es que los comportamientos se hacen más predictivos interviniendo en nuestra conducta: estimulando, empujando, persuadiendo para ajustarlo a los intereses económicos o políticos. Ahora los monopolios informáticos, no solo conocen nuestras conductas sino que las moldean y, si bien siempre hay algunos díscolos, en la mayoría las imponen.

Zuboff advierte que no hay que confundir el capitalismo de vigilancia con las técnicas informáticas. No existe la inevitabilidad tecnológica sino que depende de su uso marcado por el contexto económico y social. Si bien el capitalismo de vigilancia no se puede concebir fuera del ámbito digital,  ese  ámbito podría funcionar para mejorar la vida de las personas y para hacerlas más libres y enriquecerlas espiritualmente. Si Google conserva indefinidamente los datos anulando el derecho al olvido no es porque sus computadoras lo hagan necesariamente, sino porque esa es la política de la empresa para contar con un activo valioso y gratuito disponible para acrecentar beneficios empresariales y para las agencias de inteligencia de los gobiernos que ellos deciden.

Los monopolios informáticos se dedican a la construcción de una historia detallada de cada usuario, sus ideas, sentimientos, temas de interés a partir de la estela de señales no estructuradas dejadas en cada una de sus acciones en línea y, a través de procesos de inteligencia artificial que convierten los datos en productos algorítmicos diseñados para predecir el comportamiento de los usuarios y en una nueva vuelta de tuerca en la generación de medios de modificación de las conductas, lo que explicaría opiniones y acciones de individuos y sectores sociales que actúan contra sus propios intereses. Zuboff afirma que el capitalismo de vigilancia logra amplificar la desigualdad, intensificar la jerarquización social, exacerbar la exclusión, usurpar derechos y despojar la vida personal de todo aquello que lo hace justamente personal.

Las empresas pueden argumentar que tienen políticas de privacidad y que los usuarios aceptan los términos del servicio pero lo cierto es que son contratos de adhesión sin derecho a modificación alguna, increíblemente farragosos que requeriría la dedicación de horas por parte de expertos informáticos y prestigiosos abogados para desentrañarlos por lo que los usuarios terminan aceptándolos sin leerlos que es el objetivo con que fueron diseñados.

La guerra de Rusia con Ucrania mostró una vez más la forma en que los monopolios informáticos se manejan con total impunidad en las redes, Así Twitter etiquetó a periodistas como “medios afiliados al gobierno Ruso" sin aviso previo ni posibilidad de demostrar la falsedad de lo adjudicado. El hecho de que en ciertos casos, ante la protesta de los damnificados se haya eliminado el etiquetado no significa que Twitter no pueda etiquetar a cualquier persona como a ellos se les ocurra. Se trata de un poder abstracto y no hay como oponerse a ello. 

Estas empresas no pierden ninguna oportunidad para maximizar sus ganancias, además de hacerse de un activo valioso pero gratuito con nuestros datos, no trepidan en la explotación de sus empleados, en la negativa a asumir responsabilidades por las condiciones de las fábricas de sus componentes, en prácticas de evasión fiscal y en  ausencia de sensibilidad medio ambiental.

Zuboff se plantea cómo se llegó a esta situación y concluye que se trata de un fenómeno nuevo. Durante años pensamos que la sumisión de nuestras conductas se podría hacer mediante un estado autoritario por lo que nos encontró desarmados cuando se produjo con nuestro propio accionar. Cada “me gusta”, cada clic, cada pérdida de privacidad va aumentando el poder de opresión a que nos van sometiendo.

Con todo la autora es optimista porque ya existe un creciente malestar de esta situación con acciones judiciales y está segura que en algún momento se producirá un cambio substancial que ponga el mundo digital al servicio de una vida mejor. Esperemos que este cambio social y político se produzca lo más pronto posible.