Es un mundo que funciona mediante etiquetas y diagnósticos. Es un mundo que inventa y reinventa modas y modos de ser a su antojo. Lo que ayer era cierto, hoy ya no lo es. Lo que hoy es, mañana no lo será. Entonces, las preguntas fundamentales que tenemos que hacernos  son: ¿Quién soy? ¿Soy el que quiero ser o lo que quisieron que sea? ¿Funciono acorde a mi deseo? De estas respuestas dependerá que la vida sea nuestra vida, que nos apropiemos de nuestra existencia.

   Categorías como mujer, hombre y sexualidad, con todas sus variantes, han sido trastocadas a lo largo de la historia de la humanidad. Lo mismo que madre, padre y familia.  En un pasado no muy lejano, no se pensaba la vida sin una familia sostenida, aunque no funcionara desde el amor. La familia era una parte fundamental de la sociedad, como empresa, como modo de control social y de intento de acote de las pasiones individuales desmedidas. En un pasado no muy lejano, los padres ponían límites y los hijos intentaban transgredirlos. En esos forcejeos, en esa danza que enseñaba lo permitido y lo prohibido, la personalidad de los hijos iba estructurándose. Hoy estamos como en el limbo, a las puertas de nuevas formas de ser y de estar en el mundo. En estos años fueron desgastándose y borrándose las líneas divisorias que ubicaban de un lado a las mujeres y del otro a los hombres. O las que ubicaban a los padres y sus funciones de un lado, y a los hijos del otro. Y si no hay una frontera que ubique lugares, se mezclan los roles y se confunden las funciones que les atañen. ¿Qué es ser madre? ¿Qué es ser padre? Preguntas que encierran del mismo modo interrogaciones acerca de qué es ser mujer y qué es ser hombre hoy. Y si no hay respuestas claras a estas preguntas: ¿Cómo se establecen las parejas? ¿Cómo se ubican los hijos? ¿Cómo es y funciona una familia?

   Mujeres y hombres están balanceándose en las cuerdas flojas de sus existencias. Buscándose en un mundo que invita al cambio permanente, por lo tanto al desencuentro permanente. Entonces, por sobre todo, y en los consultorios más que en ningún lugar, los psicólogos nos encontramos con:

Personas solas, intentando parejas que siempre resultan inadecuadas.

Padres en posiciones adolescentes versus hijos seudo-adultos.

   Estamos en una época signada por la ambigüedad vincular. Todas las categorías resultan endebles. Ayer estaba en claro quién ponía las reglas. Hoy no se sabe quién pone límites, o peor aún, nadie pone límites, o la puesta de límites es desde intervenciones violentas. Las figuras de los padres y de los hijos están en plena metamorfosis, con diversos efectos en los modos de vinculación, para bien y para mal, dependiendo el caso. Hay mayor proximidad entre generaciones, pero a su vez se mezclan y se confunden sus búsquedas y objetivos. Crisis afectivas, separaciones y familias ensambladas, moneda corriente del nuevo mapa social. Si bien como psicoanalista trabajo con el caso por caso, con la singularidad, sintetizo aquí, para abrir el diálogo y la reflexión, la experiencia recolectada en estos veinte años de atender pacientes. Son tiempos en los que estamos siendo parte de un pasaje que va de un pasado rígido a un presente que ensaya modalidades todavía confusas. De la madre del ayer, tiempo completo “ama de casa”, a una actualidad signada por la búsqueda de la realización de su ser mujer; necesaria conquista del mundo que antes era gobierno y propiedad sólo de los hombres. Movimiento que lleva a que muchas mujeres tomen lugares sociales, laborales, se realicen fuera de sus casas, sin perder el lugar en la pareja y con los hijos. Pero en ese camino de autorrealización, otras trastabillan al no poder hallar el siempre complejo equilibro entre el afuera y el adentro. Y hay una metamorfosis del hombre en tanto padre y sostén económico, que salía a trabajar y que llegaba por la noche al hogar, a descansar, o a poner orden, ubicándose en la cabecera de la mesa; al actual, el que quiere salir de esos roles encasillados. Hombres que ahora buscan su sí mismo en otras esferas de la vida cotidiana, pero que para muchos termina siendo fallida, olvidando las funciones ligadas a lo familiar. Los roles, las funciones, el equilibro entre mi ser y el ser en relación a los otros, mi deseo y el deseo del otro. Compleja trama que precisará quiénes somos y cómo nos moveremos en la vida. Complicado sistema que definirá nuestro ser y nuestro estar en el mundo.

   Mujeres y hombres en crisis, ensayando nuevos papeles en un mundo que no da tregua, que vive acelerado, que no soporta las pausas y las crisis. Ambas formas, la del pasado y la actual, y sus matices, conviven en la actualidad. Uno de mis hijos me dijo que en el boliche que frecuenta, cada vez hay más adultos, “de tu edad”, aclara ante mi asombro. Ayer cada cual atendía su juego y había un lugar para cada edad. Hoy todo se mezcla. Todo vale. De los roles estancos, a la plasticidad de actividades. Pero también, de lo muy rígido a lo inconsistente. Mujeres y hombres que se replantean sus vidas, que rejuvenecen sus cuerpos adorando la “eterna juventud”, que no soportan las crisis. Hoy, a diferencia de aquel ayer, no hay tanto que tenga que ver con “esto es del hombre” o “esto es de la mujer”, prima lo unisex, todo para todos. Al decir del pensador Zygmunt Bauman, son tiempos líquidos. Y espero que eso no nos liquide. Las autoridades firmes y los roles claros y fijos, dejaron su consistencia atrás. Pero no todo pasado fue mejor. Y no todo presente es mejor que el ayer. Y el futuro es una gran incógnita, siempre. ¿Qué está bien y qué no? ¿Qué nos hace bien y qué no? En este movimiento, sin lugar a dudas interesante, de replanteo actual de las posiciones en el pasado inamovibles e inobjetables de los pares mujer-hombre / madre-padre, hay por otro lado una pérdida significativa de claridad de roles y de sus funciones, que afecta por sobre todo a los jóvenes, que cursan la etapa que más necesita de ordenadores firmes.

   Desde luego que hay un punto que puede ser positivo, que ya no se trate tanto de ubicar y sostener posiciones fijas y mandatos incuestionables. Pero muchas veces somos testigos del otro polo, el del todo vale y de todo gelatinoso. No nos equivoquemos, es necesario establecer y soportar ciertas barreras, posiciones lo más claras posibles, del mismo modo que contar con reglas y leyes que se respeten. Roles que puedan cambiar, para que se constituyan otros. Reglas que se pueden modificar, para que surjan otras. Pero estamos en el medio del puente, en la mezcla sin sustancia, sin territorio. Para los hijos en etapa de desarrollo es necesario contar con figuras claras, con padres firmes con quienes luchar, discutir, debatir, identificarse y diferenciarse, para intentar incorporar y trasgredir mandatos, ponerse a prueba, y así poder un día partir de la casa, con una personalidad lo más estructurada posible.

   Estamos en medio de un movimiento de replanteo general de categorías que resultaban fundamentales en el pasado. Somos parte de un cambio, por lo tanto lo estamos viviendo, disfrutando, pero también sufriendo sus efectos. Lo que ayer era ser mujer, hombre, pareja, adulto, familia, hijo, amor, hoy está volviéndose otro sentimiento, otro formato difícil de entender aún.