I) Si observáramos a un sujeto corretear en una cornisa de cara al precipicio, o a otro maniobrando despreocupadamente unos cables de alta tensión, nuestra inmediata reacción sería la angustia. Este afecto es una señal que advierte sobre la falta en esos sujetos -ante esas acciones temerarias- de un saber respecto del peligro que afrontan (tal vez esta sea la diferencia con un acto valiente: el de aquel que sabe lo que arriesga y aún temiendo, decide). En aquellos sujetos, por el contrario, lo que falta es la angustia o el miedo, ya que no han podido representarse adecuadamente, y así anticipar, la naturaleza de lo que están poniendo en juego. La angustia, el miedo, nos permiten cierto estado de expectativa frente al peligro, nos preparan, nos dan la chance de protegernos. Por lo tanto, es obvio que no toda angustia ni todo miedo, son expresiones enfermas que turban el juicio; muy por el contrario, si hay un estado grave, que deja heridas duraderas, es aquel en el que se cae cuando se corre un peligro sin estar prevenido, justamente sin angustia ni miedo. Ese es el terror del trauma: algo atroz nos sucedió sin que nos halláramos preparados, nos tomó de sorpresa, nos dejó desvalidos. Los mejores indagadores de la condición humana han sabido apreciar en la angustia y el miedo, valiosas señales que protegen contra el terror devastador de vernos ya envueltos en el riesgo más severo; angustiarse y temer, entonces, son –si se mira bien- medios de cuidado y defensa, enormes pasos en el logro de la auto-preservación. Estamos hablando de lo que le ocurre a un individuo, pero también de lo que un pueblo puede construir como memoria para evitar la repetición de sus dolorosos traumas colectivos.

II) “Campaña sucia del miedo” es uno de los tantos slogans con que la Alianza Cambiemos contesta las advertencias políticas y económicas que el Frente para la Victoria formula ante un hipotético gobierno de Mauricio Macri. Fiel a su modo de intervenir en los asuntos públicos, Cambiemos apeló a la frivolización: saturó las redes de una “Campaña Bú!” con la imagen de un fantasma y la leyenda “Con miedo votás mejor”. Trivializar es la tarea: “Si gana Macri la aloe vera perderá sus propiedades”, “Si gana Macri, el coyote atrapa al correcaminos” y cientos más surfeando un estilo que cultiva una variante del humor naif. De ese modo, la astuta frivolización del miedo intenta neutralizar como disparatada cualquier advertencia sobre el futuro. La consigna general queda cada vez más clara: no hablar de política. No hablar seriamente de política. Esa es la estrategia retórica que el PRO emplea para encubrir sus verdaderos posicionamientos (que apenas aparecen encriptados): arengar “todos juntos lo vamos a lograr”, enfatizar un cambio hacia un futuro tan venturoso como indefinido, enancarse en la promesa de más sin perder nada. Es un discurso encantador en el sentido más peligroso de la palabra; apela a la insatisfacción connatural del ser humano y acicatea a cualquier precio su sed de renovación, contrariando la valoración de lo conseguido como una nadería insuficiente: “el gobierno le pide a la gente que agradezca lo poco que tiene y los asusta diciendo que si cambian van a pasar cosas horribles” –dijo recientemente Macri en la provincia de Córdoba. En este sentido, el brillo fascinante de la palabra “cambio”, preñada de augurios y cese de toda penuria, pretende ocultar el real peligro de la novedad, convirtiéndolo en un fantasioso miedo infantil inoculado por el oficialismo. La encrucijada es grave y no quiero subestimar las consecuencias que debemos llamar trágicas. Al frivolizar las oportunas señales de miedo y de angustia se intentan socavar las defensas que la memoria colectiva registra sobre pasados desamparos a lo largo de la historia. Por eso el discurso que entroniza a Mauricio Macri necesita hacer eje en el futuro, borrando las huellas de sus pasos. Sin historia, los dirigentes de Cambiemos son presentados como criaturas que acaban de nacer a la política. Sin embargo esa historia existe y esos personajes tienen un pasado siniestro para los intereses populares. Seguramente sería traumático no prevenirnos, sería trágico si, fascinados por un cambio, eligiéramos desconocer que esta novedad lleva en su vientre una brutal repetición de la historia política reciente.

III) Nos invade la angustia y el temor de que un eventual gobierno de Mauricio Macri desregule indiscriminadamente las exportaciones y las importaciones. “Basta de cepos en la economía” –dijo en su lenguaje cifrado con packaging de buena onda. La fundación Pensar –usina de ideas PRO- lo ha propuesto explícitamente: abrir las exportaciones, liberar las importaciones. Eliminar la actual limitación de las exportaciones, implicaría que el grueso de la producción de los bienes básicos de la canasta familiar argentina se vendan en los mercados internacionales y que una mínima porción, carísima, se vuelque al mercado interno; dicho rápidamente: carne y pan al doble de su precio actual. Eliminar el conjunto de restricciones al ingreso de mercancías importadas, fulminaría a una industria nacional que ya no podría competir con ellas; en consecuencia, cierre de fábricas y salarios a la baja por el desempleo resultante. El Estado volvería a retroceder frente a la llamada libertad de los mercados (para el saqueo de los asalariados). Ante esta expectativa, tememos y nos angustiamos decididamente, nos damos una enérgica señal de alarma: esto ya ocurrió y la memoria argentina registra el precio de la fascinación por los productos importados baratos: el cierre de la fábrica nacional. ¿Miedo? Pero claro! Un resuelto y tenaz miedo de que consintamos la repetición de los mismos gestos que impulsaron Martínez de Hoz en 1976 y Domingo Cavallo en 1991.

El comando de campaña de Cambiemos ordenó a sus voceros económicos que callen hasta el ballotage. “La economía no es relevante” –farfulló Macri, siguiendo ese consejo. Y nadie tuvo la ocasión de preguntarle: pero Mauricio… ¿desde cuándo no lo es? Sin embargo, a José Luis Espert y Carlos Melconián se les ha hecho agua la boca y han confesado sus sueños: echar a la mitad de los empleados públicos para equilibrar las cuentas, ya que ese equilibrio no se alcanzaría sólo con la quita de los subsidios a las tarifas de luz, gas y transporte. Estamos hablando de 2 millones de personas que perderían su trabajo y de otros tantos millones a los que se les haría más costoso sostener sus actuales consumos. No otra cosa hizo en la ciudad de Buenos Aires desde un Estado que no ampara: aumentó un 739 % el impuesto de Alumbrado, Barrido y Limpieza, y un 309 % el Subte desde que se hizo cargo de administrarlo. Y estas medidas no vienen solas ¿Cuáles serían los sectores beneficiados con la quita de retenciones y la mega-devaluación anunciada por otro referente económico, Prat Gay? Los exportadores, lo que resentiría el abastecimiento del mercado interno y desfinanciaría las arcas del Estado que ya no tendría el ingreso por dichas retenciones. La solución de ese desequilibrio: iniciar un nuevo ciclo de endeudamiento externo. Así lo hizo en el distrito más rico del país que administró por 8 años: aumentó su deuda externa en dólares un 941 % desde 2007 –cf. Proyecto de Ley de Presupuesto de la Administración del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para 2015-. En esa línea, anunció su disposición a reclinarse ante el juez Griesa y pagar la canallesca pretensión de los fondos buitre. El peso de la deuda externa volvería a limitar la capacidad soberana del Estado para decidir su política económica.

Sería trágico que ante estos datos no se active en nosotros una potente señal de miedo. ¿Pero tampoco debemos temer que un eventual ministro de economía de un gobierno macrista hable de caudillos que “aparecen de la nada” y asumen el poder? La nada, dijo Prat Gay y estaba aludiendo a las provincias norteñas o sureñas “de muy pocos habitantes como…” –concluyó balbuceando: “Santiago del Estero…”.  ¿Por qué no deberíamos temer cuando el “equipo” porteño de Mauricio Macri considera a estas provincias como la nada? En la memoria colectiva todavía está fresca la impugnación de tales territorios como “provincias inviables”, pero resulta que este miedo es resultado de una campaña sucia.

Por último –y si pretender agotar el conjunto de señales infaustas de un gobierno de Cambiemos- la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia (que reúne a defensores de represores de la dictadura cívico-militar) ha declarado que “se abre un camino de esperanza y celebra los vientos de cambio” ante el eventual triunfo de un Macri que, coherente con ellos, considera los juicios de lesa humanidad como “revanchismo” y “curro de los derechos humanos”. Si estos grupos de genocidas festejan y se encuentran esperanzados ¿con qué argumento se pretenden anestesiar los temores de semejante presagio?

Son muchas las alarmas que se encienden, despertando la angustia y el miedo a un porvenir en el que las corporaciones que preside Macri tomaran la jefatura del Estado y desde allí decidieran el destino nacional. La trivialización no puede ocultarnos el dramatismo de la encrucijada del próximo 22 de noviembre.

Los indicios alarmantes están a la vista, apenas disimulados por el cotillón y las frases de autoayuda, pero nadie tendrá el derecho de distraerse y decir que estaban tan ocultos que era imposible discernirlos.