Los medios hegemónicos, los políticos neoliberales y los políticos de distintas vertientes pero que coinciden en su ideología neoliberal machacan con la idea de que el Estado es un monstruo que aplasta a las pobres empresas (especialmente a las oligopólicas) y no les permiten desarrollarse. 

Insisten en la gran cantidad de personal que tiene el Estado y lo ven como un conjunto de burócratas holgazanes y corruptos. Nunca mencionan que en el personal del Estado nacional y de los estados provinciales y municipales se cuentan enfermeras y enfermeros, médicos y médicas de hospitales públicos, maestras y maestros, bomberos, gente de la cultura que trabaja en teatros oficiales, museos y bibliotecas, profesores e investigadores de universidades públicas, además de personal de entidades necesarias para el funcionamiento de la sociedad como la policía, el poder judicial, el control fiscal y aduanero y las fuerzas armadas. La lista es muy extensa y podrían agregarse muchos otros casos que contribuyen al desarrollo económico y al bienestar general.

No quiero decir que no existan burócratas holgazanes y exceso de personal en algunos casos pero lo cierto es que cuando se habla de personal del Estado deben contemplarse todos los ejemplos expuestos más arriba y no quedarse con una imagen distorsionada. Claro que los neoliberales pueden argumentar que la actividad privada podría ocuparse más eficientemente de esas actividades. Me pregunto qué escuela privada se instalaría en un pueblito de la Puna para enseñar a una docena de niños pobres o qué prepaga atendería las necesidades de una parte de la población que no está en condiciones de pagar un servicio tan elemental como la preservación de la vida. ¿Alguien puede creer que sin Universidades y Centros de investigación gratuitos diseminados en el país se pueden generar las condiciones para el progreso y el desarrollo?

Es difícil de imaginar lo catastrófico que hubiera sido enfrentar la pandemia sin una fuerte intervención del Estado. La venta de respiradores (escasos porque sabemos que el comercio se ocupa del corto o cortísimo plazo) al mejor postor y el alquiler de camas de terapia intensiva mediante puja en remate público hubiera sido la solución adoptada por los adoradores del mercado.

Y un argumento que suele esgrimir la versión neoliberal fusionada con lo autoritario y cavernícola es el costo de la política cuya reducción sería clave. Lamento decirles que ya desgraciadamente se probó con dictaduras durante las cuales no hubo senadores ni diputados nacionales, ni provinciales ni legislaturas municipales, El resultado económico en esos períodos, especialmente con la última dictadura, fue pésimo terminando con alta inflación, niveles inéditos de pobreza y endeudamiento externo que pesó sobre generaciones de argentinos.

Por supuesto que el Estado debe ser reformado y eficientizado pero el problema principal no es su tamaño sino su accionar. Para decirlo directamente tenemos un Estado bobo. Durante la pandemia el Estado ayudó a través del REPRO (el beneficio consistía en asignar una suma de dinero que se paga a los trabajadores y las trabajadoras a cuenta del pago de las remuneraciones a cargo de los empleadores y las empleadoras adheridos al programa) a muchísimas empresas incluso a muchas de capitales extranjeros. Me parece bien que lo haya hecho porque permitió el preservación de las empresas y el mantenimiento de los puestos de trabajo, pero lo hizo sin exigir ningún compromiso como podría haber sido la obligación de invertir en el país sus ganancias durante un número de años, mantener una política de precios que alentara el consumo o algún otro accionar conveniente para el país.

Algo similar sucedió con el Previaje un programa de preventa turística que reintegraba el 50% del valor del viaje en una tarjeta de crédito. Es correcta la idea de ayudar a la industria del turismo luego de su parálisis durante la pandemia. Pero se otorgó sin imponer ninguna condición, en forma dispendiosa para no decir otra vez en forma boba. ¿No podría haberse pensado en la obligación de los beneficiarios (agentes, hoteles, etc.) de realizar alguna contraprestación, se me ocurre el fomento del turismo social, el mantenimiento de tarifas razonables, la promoción de turismo del exterior u otras.

Este Estado bobo no es capaz de hacer cumplir los acuerdos con las empresas monopólicas que utilizan cualquier tipo de artimañas para transgredir lo pactado, cuando no hacen lo contrario de lo acordado con total desparpajo.

El Estado bobo no es capaz de definir industrias estratégicas y defenderlas con aranceles altos y subsidios durante un período hasta que alcancen un nivel de productividad que les permitan competir libremente bajo la condición de que dediquen por lo menos una parte de su producción a la exportación para mejorar la balanza comercial, todo ello con un programa a largo plazo permanentemente monitoreado por el Estado.

Un claro contraejemplo es el desarrollo industrial de Japón de pos guerra que se basó en un programa en el cual las importaciones estaban rigurosamente controladas a través del organismos gubernamentales sobre el uso de las divisas y se fomentaron las exportaciones con subvenciones directas o indirectas a fin de conseguir las divisas para importaciones direccionadas a maquinarias y tecnologías de avanzadas. Un caso de Estado inteligente que horrorizaría a nuestros ideólogos del neoliberalismo.     

El Estado bobo tiene una participación importante en la inversión en investigación básica a través de diversas instituciones. Carga con sus costos y con sus fracasos (siempre hay casos de investigaciones que no llegan a nada) pero no obtiene beneficios de sus aplicaciones prácticas. Parece lógico que muchas de esas aplicaciones sean ejecutadas por empresas privadas pero no lo es que no sea reconocida la contribución de la investigación básica,

Nuestro burgués vernáculo no restringe su calificativo de vago y aprovechador a los agentes del Estado sino que lo hace extensivo al conjunto de la población (exceptuando claro está a él mismo y el círculo de sus amigos de clase). Esta discriminación generalizada a un pueblo no es nueva en la historia. Hace un siglo la mayoría de los occidentales veían a los japoneses como perezosos y sin preocupación por el futuro, antes del desarrollo económico alemán los británicos decían que los teutones eran gente indolente, lenta y poco honrada, en 1912 Beatrice Webb  célebre dirigente del socialismo inglés describió a los coreanos como sucios, huraños y perezosos. Lo singular del argentino neoliberal es que le asigna esos atributos a sus propios compatriotas y resulta extremadamente indignante escuchar a personas que trabajaron poco o nada y gozan de fortunas heredadas llamar vagos y planeros a cartoneros que hacen un trabajo extenuante para poder sobrevivir.

No es el carácter de su pueblo lo que impide el progreso de Argentina sino la existencia de ese Estado bobo y su dependencia de una mentalidad colonial de parte de su gente más poderosa. A ese Estado y a esa gente le cabe el “andá pa' allá bobo”.