Más allá de las modas, lo que tienen en común la serie "13 Reasons Why" y el juego iniciado en Rusia, y hoy propagado por el mundo, "La ballena azul", es que son adolescentes los que participan, los que están en “juego”. En ambos, hay llamados de atención anteriores, entendiendo que siempre que se efectiviza un suicidio, hubo antes otros actos, señales de alarma, que no fueron registrados. Si el suicidio se constituye como el último recurso, es justamente el que cierra una serie de otros mensajes y es entonces el resultado concluyente, la cifra final, una metáfora mortífera, un punto de detención. En la serie “13 razones por las que”, la adolescente deja en claro que hubo un motivo “Uno”, primero, al que luego se le sumaron doce razones más. El problema es, siempre, la sumatoria de razones. ¿Cómo se llega a trece motivos? ¿Dónde estaban los adultos a medida que las razones iban sumándose hasta llegar a la razón final? En el “juego” (y las comillas hay que leerlas así: no se trata de un juego del mismo modo que la ruleta rusa tampoco lo es) “La ballena azul”, hay 49 absurdas y horrorosas pruebas anteriores por las que los adolescentes tienen que pasar, supervisados por un coordinador, hasta llegar a la prueba definitiva, la número cincuenta, la del acto suicida. ¿Nadie pudo observar, prestar atención, a esa seria de actos diferenciales en los que el adolescente iba acercándose a su suicidio? Muy en lo cierto "13 Reasons Why" y “La ballena azul” dan cuenta de una numeración, de una suma de actuaciones o de llamados de atención no registrados por los otros, en especial por los adultos, que de este modo van llevando la atroz matemática hacia el suicidio; la cifra final. El suicidio es siempre un desenlace, la conclusión a la que llega un sujeto desesperado, harto de enviar señales y de no recibir respuesta alguna. Los mensajes son llamados que los adolescentes libran a los otros, especialmente a los padres o adultos, para conmoverlos, para que se interesen por ellos y los ayuden a descifrar un padecimiento que no comprenden, propio de esa etapa de vulnerabilidad por la que están transitando. Vulnerabilidad asociada a los cambios psico-físicos y sociales que van estabilizándose camino a la adultez, donde se constituye la personalidad. Estos juegos perversos, como los sistemas terroristas, o la captura de adolescentes para la droga y la prostitución, suceden con mayor facilidad en las poblaciones más vulnerables, en jóvenes desorientados y sin contención adulta consistente. Cuando no hay buenas opciones, al menos hay malas. Cuando las señales que dan los adolescentes pasan inadvertidas, crean en el sujeto un estado de desesperanza total que pueden llevarlos a involucrarse en cualquier cosa, tomar cualquier determinación, incluso la de suicidarse. Sean trece o cincuenta las razones, eso nos enseña justamente que el suicidio no es un hecho aislado sino la culminación, luego de otros intentos fallidos, donde ya no se espera conmover a nadie, donde ya ni el suicida mismo se conmueve ante la posibilidad de dejar de existir. Si no existe para nadie, no existe para sí mismo. Nuestra existencia es en relación a los otros. Si a pesar de todo lo que implementó, pasó desapercibido, tiene un último recurso para conmover: el suicidio. Si los otros no advirtieron los movimientos de la vida, los sentidos que portaban los mensajes previos, después sólo serán desorientados contadores de la irremediable cifra de 13 o 50 razones por las que alguien eligió morir…