La historia de Miguel Abuelo puede enmarcarse en los estandartes del rock nacional, donde la poesía nacía alrededor de una mesa de bar, donde la vanguardia llegaba a ser la inspiradora de todos los que vinimos después.

Miguel Ángel Peralta, nacido de una madre pobre y soltera -algo poco común en los '40-, y que llegó hasta Europa para escapar de la dictadura de Onganía, nació y murió en su barrio, Munro.

Toda su vida, su carrera y su muerte, estuvo destacada por la controversia, la prepotencia en su actitud frente al micrófono, y la manera en que enfrentaba al mundo desde una postura despreocupada pero comprometida y decidida.

Si en algo se caracterizaron los Abuelos era por el vivo. En la memoria colectiva está la imagen de Miguel, bañado en sudor, con ropa casi flúor, cantando, golpeando el cencerro, bastardeando al sistema.

La banda fue una de las primeras en incursionar en sonidos electrónicos dentro del rock nacional, la movida psicodélica y el folk rock de aquel entonces.

Toda esa luz, lejos de apagarse, se prendió más sólo cinco días después de su cumpleaños, un día como hoy (26 de marzo) pero de 1988, cuando sus ojos se cerraron para siempre.

Miguel Abuelo falleció a las 15:40 en la clínica Independencia de la localidad de Munro, por complicaciones causados por el virus del VIH que padecía.

Su hijo y su sobrino cremaron el cuerpo y tiraron sus cenizas al mar en Mar del Plata, cumpliendo así la voluntad que el músico tiempo atrás les había expresado.

Miguel Abuelo dejó himnos en los corazones de los argentinos para convertirse en un Espía de Dios, un Chalamán suelto por el cielo con Costumbres Argentinas.

"Hoy no es tarde vivir y el porvenir es un señuelo", escribió de manera urgente, y cantó para burlarse del tiempo, incluso ahora, que ya no está.