La escarificación, una técnica de arte extremo corporal, se remonta a cientos de años atrás en el continente africano, donde las tribus modificaban su cuerpo para darle un significado simbólico. Tanto hombres como mujeres mutilaban su piel, ya sea quemándola o removiéndola con un cuchillo, para luego dejar una marca con las cicatrices.

Y aunque parezca raro, hoy en día se sigue utilizando esta técnica. Es verdad que se hace con mucho más cuidado, aunque sigue implicando un riesgo para la salud, ya que la piel de las personas reacciona de diferente manera, así también como el tiempo de curación de una cicatriz. Esta además puede infectarse o bien curarse y tomar una forma diferente a la del corte, por lo que los “tatuajes” pueden ser impredecibles.

El ecuatoriano Andrés Ramos, de 21 años, estudiante de psicología, se animó a someterse a esta técnica por primera vez y contó su experiencia acostado sobre una camilla en un local de tatuajes en Quito: “las escarificaciones para mí significan y me recuerda algo que viví. Veo estas marcas en mi cuerpo y pienso en lo que sentía en ese momento determinado de mi vida. Puede que no recuerde qué viví exactamente, pero veo la huella en mi piel y sé que algo importante pasó. Son como una especie de diario corporal”.

“La cicatrización depende del tipo de piel. Sé cómo es mi cuerpo y yo cicatrizo pronto. Entones me va a tocar aguantarme -con la herida- máximo dos meses”, concluyó.