El 7 de octubre de 2012, Hugo Chávez terminaba de emitir su voto en una escuela de la ciudad de Caracas. La mañana había transcurrido sin alteraciones y los más de 7.000 periodistas extranjeros de todos los medios del mundo podíamos dar cuenta del normal proceso electoral venezolano.

Fuera de la escuela, los cerros de Caracas, iluminados por la luz cenital del mediodía mostraban los techos multicolores de la barriada populosa. Dentro de la escuela, el tiempo esperaba en vilo la salida del legendario comandante y una multitud de caras, micrófonos, cámaras y anotadores estábamos a tiro de buscar la pregunta.

¿Quién no querría preguntarle a Chávez?

Sólo uno de los miles de nosotros no iba a intentar cuestionar al Presidente porque su presencia allí obedecía a otra intención de cobertura: Jorge Lanata no quiso preguntar. Se limitó a sentarse en lugares prohibidos por la seguridad del presidente Chávez mientras sus productores y camarógrafos registraban todo el material de imágenes que luego, descontextualizadas, iban a dar sustento a su ya premeditada denuncia de secuestro y censura. Pero él, ahí, delante de nuestros ojos, no movió ni un músculo de su historia como periodista para intentar la entrevista. Lanata no quiso preguntar.

A contramano de lo que muchos lectores, oyentes y televidentes de los medios hegemónicos pudieran pensar, quienes logramos hablar con Chavez fuimos nosotros, el equipo de 678.

Fue en el último momento, cuando ya se vislumbraba que Chávez iba a darnos la espalda para continuar su día después de hablar con algunos medios previamente sorteados, como era la costumbre metodológica, y de aceptar un ida y vuelta con Patricia Janiot de CNN, entonces nos señaló, -la última pregunta-, dijo.

–¿Por qué es tan difícil transmitirle al mundo que en Venezuela hay una democracia?

Chávez no vislumbró la intención detrás de la pregunta y acostumbrado, desconfió. Se la repitió para sí, volví a explicar con más detalle e insistí:

–Sin embargo, lo que le llega al mundo es que en Venezuela no hay democracia.

Recuerdo dos frases contundentes: “Ahí está Ramonet (por el periodista Ignacio Ramonet quien era uno de los veedores de la elección) quien escribió sobre la dictadura mediática”. La otra: “Quien quiera ver una democracia que venga y camine Venezuela”. Y Chavez se fue.

Fue uno de esos momentos periodísticos de contundencia. La pregunta y la respuesta empezaron a recorrer el voceo de las coberturas de todos los medios del mundo. Habíamos querido preguntar y habíamos preguntado.

Suena oportuna esta crónica en el contexto de lo que ocurre actualmente en Venezuela:

¿Quieren saber los medios de la hegemonía comunicacional lo que allí ocurre o ya tienen un poderoso discurso diseñado para influir en el público construidos durante años de dominación?

Como Lanata, sentado en un banquito, respirando trabajosamente, interrumpiendo el corredor de seguridad preparado para el paso de Chávez, negando a correrse en esa escuela habitada ese día por el peso de las urnas, logrando que la seguridad de Chávez vestida de civil lo cuestionara, sonriendo para sus adentros porque eso generaría la toma de imágenes necesaria para luego avalar una denuncia de secuestro y censura en un país totalitario, sabiendo que no iba a preguntar nada. Así, en espejo, reaccionan hoy los principales medios argentinos e internacionales.

La misma cadena de noticias estadounidense CNN, que retira a sus corresponsales de Venezuela por una supuesta falta de garantías, publicó en estos días la imagen de un estudiante chavista con la cara destrozada en 2013, como si fuera un estudiante con la cara destruída este mes de febrero de 2014 por grupos de la guardia bolivariana. Así de increíble.

Ramón Soto es un estudiante de Ciencias Políticas y Jurídicas en la Universidad de Los Andes, en Mérida, Venezuela. El 10 de abril de 2013 fue agredido salvajemente por grupos que responden a los partidos opositores Voluntad Popular (VP) que se encontraban en un acto de campaña del entonces candidato presidencial Henrique Capriles Radonski, que derivó en violencia.

“Fui agredido con un objeto contundente en la cara, lo cual me dejó inconsciente por unos minutos. Grupos afectos a la revolución me custodiaron porque la turba quería asesinarme. Minutos después llegó una comisión de salud del Estado, me trasladaron al hospital universitario de Los Andes para ser atendido y me diagnosticaron fractura de nariz, del piso orbital, del maxilar y del conducto lagrimal”, relata Soto en una conversación por correo electrónico para www.diarioregistrado.com

“Para que puedas entender –enfatiza el muchacho– en estos momentos esa imagen está siendo utilizada de manera irresponsable por el medio de comunicación CNN como si hubiera ocurrido el 12 de febrero del 2014 y relatando que yo era integrante de la oposición venezolana”, continúa el militante chavista transformado, CNN mediante, en opositor a Maduro. “Causa indignación el mal manejo de algunos medios de comunicación que no verifican la información antes suministrarla. En en el caso de CNN, estoy totalmente seguro que estaba premeditado, ya que en 2013 la imagen recorrió el mundo y ellos la publicaron; por lo que estoy seguro que obedece a otras intenciones como las de un golpe de estado y la intervención de Venezuela por los Estados Unidos”, denuncia Ramón Soto.

Estos ejemplos de manipulación mediática, que de ninguna manera se agotan en sí mismos, sirven para poner en evidencia, una vez más, el peso político del poder mediático.

Que no nos asombre Venezuela. Ayer nomás pasó en Honduras y en Paraguay. Que no se nos ponga tan rápido la piel de gallina por las palabras de Maduro y la quita de las credenciales a los/las corresponsales de CNN sin antes preguntarnos por la influencia y las motivaciones de la manipulación informativa que ejerce esa mirada de latinoamerica vista desde los Estados Unidos.

Preguntémonos mejor por las condiciones en las que los gobiernos populares de la región tratan de sostener estas democracias, a quiénes se enfrentan, qué rol juegan las grandes empresas de medios.  La posibilidad de la pregunta supone un reconocimiento en el otro. La pregunta abrirá esos canales para que el otro devuelva su parte de la realidad. Si no hay pregunta es porque el reconocimiento en el otro está negado con la idea de que la política es mala.

La pregunta, y su respuesta podrán revelar que la decisión de las mayoría populares que solo cuentan con su voto y no tienen posibilidad de influir en la agenda de los medios, no importa a estos intereses.

Por eso no preguntan los que no quieren preguntar.