"¿Qué demonios hice? Los maté a todos, por supuesto", se escuchó decir al multimillonario Robert Durst mientras estaba en el baño, en un parate de la grabación de un documental para HBO sobre su vida. Él creía que tanto los micrófonos como las cámaras de los documentalistas estaban apagados.

Con 71 años, se trata de uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos, y la cadena televisiva le hacía una entrevista cuyo 'leit motiv' es la "maldición" que lo persigue: sucesivas muertes en su entorno. El título del capítulo de la serie de HBO se llamaba, de hecho, 'The Jinx: The Life and Deaths of Robert Durst' ('La Maldición: La vida y muertes de Robert Durst').

Aunque todavía no se sabe si la grabación podrá utilizarse en un juicio, al haber sido obtenida cuando Durst pensaba que se encontraba en privado, el hombre fue detenido horas antes de la emisión del programa por la mencionada cadena, cuando sus productores presentaron el material crudo a la justicia.

¿A quiénes "todos" se refería Durst cuando hizo la involuntaria confesión? Al asesinato de la escritora Susan Berman, quien fue hallada muerta en su casa de Beverly Hills a los 55 años, poco antes de la Navidad de 2000. Un caso por el que siempre se declaró inocente y que nunca fue resuelto.

Pero en esa muerte había un dato: Berman debía declarar en el caso de la misteriosa desaparición de la esposa de Durst, Kathleen, en 1982, cuyo cuerpo nunca apareció. Otro caso que nunca se esclareció y del que el megamillonario logró salir sin mácula.

El otro crimen vinculado al empresario de los bienes raíces ocurrió en 2001, en Galveston, Texas, adonde se había mudado, haciéndose pasar por una señora mayor muda, ante el acoso de la prensa por los casos irresueltos de su esposa desaparecida y de la escritora muerta.

Con su nueva identidad protagonizó una fuerte discusión con un hombre que vivía en el mismo piso que él, Morris Black, que terminó con su vecino muerto de un balazo en la nuca. Durst luego descuartizó el cadáver y lo arrojó a la bahía de Galveston.

Confesó y lo juzgaron, pero el tribunal determinó que el vecino había muerto cuando ambos forcejeaban por una pistola que se disparó "por accidente", y luego lo descuartizó por temor a que lo culparan. Esa fue la versión de la defensa que acompañó la confesión.

Ahora, detenido, Robert Durst deberá enfrentar por cuarta vez los estrados judiciales norteamericanos, con una confesión que quizá los tribunales no puedan tomar en cuenta por los límites que impone la ley de los Estados Unidos para las confesiones.