El ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva despidió a su mujer, Marisa Letícia Rocco, en un funeral que se reliazó en la sede del Sindicato de los Metalúrgicos, donde se conocieron hace cuatro décadas, acompañado de cientos de ciudadanos y la plana mayor de la izquierda brasileña. 

Allí, afirmó que su esposa "murió triste por los canallas, la imbecilidad y las maldades que le hicieron", en referencia a su imputación en la causa del petrolao.

"Quiero decir que este que está enterrando a su mujer no es alguien con miedo de ser detenido. Tengo la conciencia tranquila. Tengo certeza de la conciencia y del trabajo de mi mujer. No me corresponde probar que soy inocente. Son ellos los que tienen que probar que las mentiras que están contando son verdades", aseguró.

"Querida compañera Marisa: descanse en paz porque su 'Lulinha paz y amor' (en referencia a un eslogan usado en una de sus campañas electorales) va a seguir peleando mucho", agregó.

Lula, que ha admitido la posibilidad de disputar las elecciones presidenciales de 2018, es acusado de haber recibido ventajas de empresas que se adjudicaron irregularmente contratos de Petrobras, como un apartamento en la playa y una casa de campo cuya propiedad es atribuida a la pareja.

Durante el velorio, la mayoría de los miembros del PT no dudaron en vincular la muerte de la ex primera dama al año de turbulencias y sobresaltos judiciales que vivió el matrimonio Da  Silva. 

"No es una exageración decir que mataron a Doña Marisa, ella fue víctima de una persecución gigantesca y no aguantó", dijo a  periodistas el senador del PT Lindbergh Farias.

Esa teoría, esbozada horas antes por Dilma Rousseff, también fue  secundada por el exjefe de gabinete de Lula y exministro de Rousseff, Gilberto Carvalho.

"Hace un año que Doña Marisa no tenía ninguna alegría, vivía  bajo amenazas de prisión, de prisión de los hijos. Tengo la  convicción de que su partida prematura está muy ligada a ese clima de odio", dijo Carvalho.