Las protestas de los últimos días en Hong Kong en reclamo de una apertura democrática del sistema político vigente tiene varias similitudes con lo acontecido hace casi cuatro años en el Norte de África cuando multitudes salieron a decir basta a los regímenes dictatoriales implantados hacía décadas. Con realidades sociales distintas, ambos casos dan muestra de un fenómeno que vino para quedarse.

La "Revolución de los Paraguas", como los llaman algunos, debido al uso que le encontraron los manifestantes para cubrirse de los gases lacrimógenos de la policía, es una protesta social pacífica desatada tras el anuncio del gobierno chino de hacer un "filtro" de candidatos en las elecciones que se celebrarán en 2017. Los ciudadanos, cansados de no poder elegir democráticamente y tras las promesas incumplidas provenientes de China de conceder mayor autonomía a la isla, salió a las calles a reclamar por lo justo.

El presidente Xi Jinping no está dispuesto a dar marcha atrás con su decisión y señaló que las protestas son ilegales, pero teme, como suele suceder, que este fenómeno se replique en otras ciudades y regiones chinas y la situación verdaderamente escape de sus manos. La historia reciente tiene más de un ejemplo que demuestran esta realidad, y una de ellas es la Primavera Árabe, que comenzó en Túnez con la revuelta popular que terminó con el gobierno dictatorial de Ben Ali y se propagó rápidamente a Egipto, Yemen, Libia y otros países donde la palabras democracia y libertad no existían. Hoy, casi cuatro años después, los resultados de estas revoluciones son difusos, o al menos no los esperados por loa manifestantes que dieron sus vidas por generar un cambio, pero sí demostró que sociedades tan golpeadas pueden explotar ante cualquier episodio que haga rebalsar el vaso.

En Hong Kong no se vive con las mismas necesidades que en África, sino por el contrario es una región rica, moderna y avanzada. Pero aún con estas características y altas cifras de PBI per cápita, depende del poder central de Beijing, que constituyó a la isla en una región administrativa, de ideología comunista y economía capitalista, extraño sistema si los hay. Pero lo cierto es que depender de China también implica obediencia y cumplimiento a un régimen caracterizado por violar los derechos humanos, tapar cualquier tipo de protesta al precio que sea, censurar internet, limitar la libertad de expresión y, en este caso, prohibir la democracia plena.

Ante todo este panorama es que la gente salió a las calles a decir basta, y si bien tiene varias similitudes con la Primavera Árabe, también posee coincidencias con otras manifestaciones más pacíficas, como el Movimiento 15-M de España o el Occupy Wall Street de Estados Unidos. En Hong Kong la característica principal no es, como en los otros casos, el uso de twitter, acá la herramienta de combate son los paraguas, improvisados repelentes de gases lacrimógenos, pero también protectores de sus ideales, esos que el gigante chino quiere, una vez más, callar.