Nadie imaginaba que la renuncia del presidente de Ucrania tras las presiones, por un lado, de la UE para sumarse a la comunidad y así luego abrir las puertas para una futura alianza con la OTAN y, por otro lado la oposición de Rusia y el ofrecimiento de venderle a su país vecino gas a bajo costo, fuera a desatar una crisis sin precedentes en el este de Europa. La huida de Yanukovich y la puja por el poder dejó entrever los fuertes intereses que recaen sobre su territorio entre los altos mandos europeos y Estados Unidos para "occidentalizar" a Ucrania. En este contexto, un diputado del entonces gobierno de Kiev, Olev Zarov, denunció públicamente que el embajador de Estados Unidos, Geoffrey Pyatt, estaba impulsando una guerra civil en Ucrania. Fue así como mientras tomó el poder un presidente títere de occidente, miles de civiles y militares desplegaron violencia y protestas que culminaron primero con la independencia de Crimea y finalmente en un sangriento combate interno que aún perdura.

Los roces entre Estados Unidos y Rusia de los últimos años hizo de Ucrania un sector clave en la puja de poder. Es que si finalmente se sumaba a la Unión Europea entonces Putin iba a perder a un aliado estratégico y a su vez la OTAN, comandada por el gigante americano, iba a vigilar de cerca. Fue ahí cuando, con los principales funcionarios de Bruselas y Obama controlando Kiev, entró en juego un nuevo factor de interés en la disputa, Crimea, una región clave a nivel geográfico, con salida al mar, y con una importante base militar rusa. El objetivo de Putin era no perderlo, y lo consiguió al lograr la incorporación de ese sector ucraniano a su país.

El capítulo siguiente en esta compleja historia continuó con una guerra civil desatada entre los ucranianos pro Europa y los pro Rusia, donde no faltaron centenares de infiltrados de ambos bandos. Las sanciones económicas impulsadas por Obama no tardaron en hacer efecto en el gobierno de Putin, que se vio golpeado en el comercio, su moneda y el PBI. Sin embargo, resistió a los embates y es por ello, además del miedo a una inminente guerra mundial, que Merkel y Hollande tomaron las riendas del asunto y a través del diálogo buscan una solución definitiva al conflicto. El presidente norteamericano por su parte tiene dudas y desconfianza en su par ruso y prefiere armar a los combatientes ucranianos, mientras que la OTAN ya desplegó más de 15 mil nuevos soldados en Europa del Este.

Esta Guerra Fría entre oriente y occidente del siglo XXI esconde intereses políticos y económicos que van más allá de cualquier intento por detener este conflicto. En esta ocasión la puja no se da entre el sistema capitalista y el comunista, pero sí rememora la lucha de poderes entre dos gigantes de la geopolítica mundial. Obama y Putin no están dispuestos a ceder, pero ambos son concientes, como sucedía décadas atrás, que una contienda bélica no es viable ante la magnitud de las consecuencias que puede provocar. Y en medio de esta disputa una vez más queda la población, bajo el fuego y los egos.