El fenómeno de liderazgo de Jair Bolsonaro parece irse desinflando al ritmo del avance de la pandemia que dejaron al rey desnudo. Subido a una ola internacional de nueva derecha fascista que asoló al mundo de la mano de Donald Trump, la irrupción de Bolsonaro fue un campanazo para la clase política brasileña.

Pasado el impacto que unió a antipetistas, libertarios, derechistas a la libre, latifundistas amazónicos y antiderechos Jair Bolsonaro mostró para que estaba hecho. Con una discretísima carrera como legislador de más de veinte años su llegada a la presidencia es comparable a lo que hubiera ocurrido si el salteño Alfredo Olmedo -con su pintoresca campera amarilla y que coqueteó con la idea de convertirse en el Bolsonaro argentino- lo hubiera hecho. A ninguno de los dos les daba el piné y se nota.

En una salida hacia adelante Bolsonaro profundizó su política de permitir a la ciudadanía armarse y continuó quitándole importancia al COVID en un país que tiene más de medio millón de muertos.

Al calor de las manifestaciones populares hay 123 pedidos de impeachment, que se acumulan en la Cámara de Diputados y está acusado de 23 delitos, la mayoría relacionados a su gestión ante la pandemia del Covid-19, que son evaluadas por una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) del Senado Federal.

Protestas contra Bolsonaro en Brasil en paralelo a la investigación en su contra de la Fiscalía