El acto de proclamación del rey Carlos III frente al reino del Gran Bretaña cumplió con casi todos los protocolos previstos, salvo por el mal genio del flamante rey.

Y es que cuando llegó hasta el escritorio donde debía firmar los papeles que finalmente lo proclamarían al frente de la corona británica notó que en el escritorio estaba la lapicera protocolar y algunos otros artículos que ocupaban, según si visión, demasiado lugar.

Por eso es que mirando de mal modo a sus súbditos y moviendo la mano de modo despectivo ordenó que limpiaran su escritorio.