Acostumbrados a los festejos enloquecidos que terminan en saqueos y vandalismo, ver la prolijidad con la que los japoneses dan rienda suelta a la alegría no puede menos que causar perplejidad.

Y las imágenes de la ordenada celebración cada vez que el semáforo corta el tránsito al ponerse en luz roja y la liberación de las calles cuando se debe dar paso, es un indicador de una cultura diametralmente opuesta.