Doce muertos el miércoles en una redacción de humor, un agente de tránsito asesinado ayer, explosiones en varias sinagogas, hoy una toma de rehenes que se llevó al menos dos vidas. La locura y el odio desatados tras el ataque a Charlie Hebdo parecen no tener fin, mientras brindan con champagne aquellos políticos que hace tiempo sitúan en los inmigrantes la culpa de todos los males. El odio cubre con un manto negro a un país que ha escrito varias páginas de las ideas libertarias de los últimos siglos.

Vivir en París por estos días es una verdadera pesadilla. Mientras la población está sumergida en una mezcla de sensaciones entre tristeza, impotencia, tolerancia y odio, no hay segundo donde las noticias no hablen de los nuevos acontecimientos ocurridos desde el ataque a Charlie Hebdo. Cual película de acción y suspenso hollywoodense, los asesinos huyeron y ahora se atrincheraron dentro de una empresa al noreste de París, mientras que por si fuera poco, los hechos del miércoles generaron una oleada de locos asesinos sueltos por las calles disparando y bombardeando sin cesar a lugares o gente relacionada con algún tipo de religión.

En un momento tan delicado para los parisinos y los franceses en general, es interesante analizar cómo el papel de la política, y su discurso, desempeña un rol clave a la hora de frenar o alimentar la locura. Los oportunistas de siempre no pierden tiempo y asoman la cabeza en la prensa para proponer soluciones mágicas a estos oscuros sucesos que conmueven al país, pero asimismo que el ataque haya sido provocado por fanáticos religiosos islamistas pareciera realizado a justa medida para legitimar su discurso xenófobo.

Pero las reacciones de algunos sectores de la ultra derecha generadas a partir de los disparos en la redacción humorista son tan inútiles como intolerantes. Contrariamente al discurso de la siempre oportunista Marine Le Pen, poner el dedo acusatorio sobre los inmigrantes no genera soluciones sino, por el contrario, más odio. Si hiciéramos futurología, supongamos que el Frente Nacional llega al poder en las próximas elecciones. Tal y como prometieron, habrá un referéndum para incorporar la pena de muerte, se controlarán las fronteras de todo el país, los extranjeros no europeos van a ser ciudadanos de segunda y serán considerados como aquellos que roban y quitan trabajo a los franceses. ¿Acaso esa sería la solución a todos los problemas de Francia? ¿Acaso esas medidas no generan más odio y sed de venganza? ¿Y acaso, entonces, no culminará la violencia con una guerra interminable? Parece obvio, pero no lo es.

En Europa la xenofobia reina hace tiempo, y desde el 11-S surgió, desde Estados Unidos hacia el mundo, el fenómeno de la islamofobia, donde cualquier referencia al Islam es sinónimo de terrorismo. En Francia, Grecia, Gran Bretaña y Dinamarca, entre otros países, los partidos ultranacionalistas que promueven estas ideas ganan cada vez más espacio entre los votantes, que creen que ese discurso explica parte de la crisis europea. Casualmente un día antes del atentado, en Alemania hubo marchas islamófobas que reunieron a 18 mil personas, ejemplo que muestra cómo el discurso ultranacionalista de algunos rinde sus frutos y se materializa en las calles con manifestaciones de odio.

Hollande, conocido por haber girado a la derecha en las políticas económicas, va a mostrar en estos días difíciles para su país si sus ideas y discursos sociales también se dieron vuelta o si por el contrario la militancia socialista ha dejado algo en él. Hasta el momento ha sabido mostrar templanza y transmitió un mensaje de unidad, muy necesario por estos días. Asimismo, se reunió con todo el arco político excepto con la ultraderecha que, claro está, prefiere la guerra y no la paz.

Así está Francia por estos días, protagonista de una película de terror con final abierto. Lo cierto es que internamente se desató una disputa política entre quienes buscan unidad y cooperación y aquellos que ven en un puñado de fanáticos de una religión distinta a la suya el reflejo de una doctrina donde todos son asesinos seriales y promulgan ideas y actos terroristas. En todo caso, vale recordar que locos religiosos también hay en el catolicismo y el judaísmo también. Pero si estos conceptos se confunden, entonces a prepararse, que habrá violencia para rato.