Nos habíamos visto algunas veces, en otras fiestas del ambiente. Pero nunca habíamos hablado. No sabía tu nombre. No salías nunca en las fotos de las páginas de facebook de las fiestas y no podía buscarte. Eras un misterio que se me revelaba cada sábado. Pero no podía hablarte. Nunca me animaba, pero te juro que era lo que más quería. Eso, y dormir agarrada a tus tetas.

Me gustabas tanto que entre fiesta y fiesta, me imaginaba todo lo que podíamos hacer cada día. Pasaba todo el lunes inventándote nombres. El martes imaginaba que éramos novias. Caminábamos de la mano por el Parque Rivadavia y tomábamos una birra en un banco. El miércoles teníamos alguna discusión por celos. En mi cabeza eras de esas chicas que cuando se enojan, se ponen más lindas. El jueves nos separábamos y yo lloraba por los rincones. Para el viernes ya volvíamos y cogíamos sin parar toda la noche.

El sábado en el que finalmente hablamos, había pasado la tarde entera pensando en qué ponerme para la fiesta, convencida de que nos íbamos a volver a ver.

Yo como siempre había ido con Cata. No le copaban tanto esas fiestas, ni la música que pasaban y tampoco le gustaban las chicas, pero me acompañaba. Tomamos unas birras. Yo intenté, sin éxito, hacer que Cata bailara cumbia.

Apareciste mientras sonaba *faltan cinco pe pa tomar ese vi con los pi en la pla-za*. Casi se me cae el vaso de la mano. Nunca te había visto de vestido y tan bien casi te pido casamiento. Pero me contuve.

Una piba con la que había tenido una historia hace mil se me acercó para saludarme y te perdí de vista. Te busqué por la barra y no estabas. Pensé que había flasheado y que la del vestido no eras vos.

Volví a buscar a Cata. Bailamos un poco de ese reguetón nuevo, re millenial que nadie entiende.

Cuando estaba haciendo la fila para el baño, sentí que me tocaban el hombro, me di vuelta y no lo podía creer. Primero las New Balance de colores. Después las piernas, brillantes por el calor. Más arriba el ruedo del vestido. Mi reino por el frú frú de esa falda. La tela azul estampada con rayos blancos se ceñía en la cintura más perfecta de toda la fiesta. Me imaginaba tus tetas con forma de gota, sostenidas por un corpiño fucsia con encaje. Tenías un collar con un huesito de la suerte. El pelo rojo, teñido, con rulos, en un afro maravilloso. Los ojos color miel delineados con un negro furioso, gatuno.

Me sonreíste: - Ey, ¿qué onda? Te veo siempre acá

Casi me muero: -Hola… bien… sí, soy medio fan de esta fiesta

-Me llamo Guada, ¿vos?

-Lulú -te dije, intentando pronunciar bien las eles y las úes sin parecer una idiota borracha y stalker.

Me invitaste una birra. Me miraste y sonreíste. Yo podría haberte dicho de ir a pasar un finde al Tigre sin haberte ni siquiera besado. Bailamos Las Taradas. Te rocé la cintura y la cadera. Te reíste y me dijiste:

-No muerdo, eh.

Te besé. Habían pasado semanas, ¡por dios!, desde que te había visto por primera vez. Ahora ya sabía tu nombre. Y que tenías gusto a chicle tutti frutti pese a haber tomado birra.

Mis manos se enredaron en tus rulos. Me alejé unos milímetros y noté que tenías un ojo apenas desviado. Me gustaste más. Te besé con más fuerza. Se me corrió el pintalabios y me lo corregiste con el dedo.

Atravesamos la pista hasta quedar contra la pared, que sudaba más que nosotras. El calor me mareaba un toque pero necesitaba seguir chapando con vos.

Me agarraste el culo sobre la pollera. Me lo amasaste. Te abracé una teta entera con la mano. Me recorriste la espalda por debajo de la remera, te diste cuenta de que no usaba corpiño y seguiste por el costado hasta agarrar el mini pezón rosado que se apretaba contra el vestido azul con rayos blancos. Te recorrí la clavícula con la lengua, Me chapé el collar de acero con el huesito de la suerte que se te encastraba casi en el escote.

Sonaban las Kumbia Queers. La gente agitaba en un pogo deforme. Las maricas gritaban y perreaban. Nosotras, ni noticia. A puro chape contra la pared.

Me decidí y levanté un poco el vestido para tocarte los muslos. Uff. Me acuerdo y me mojo. Sentí la tela del culot transpirada. Vos estabas igual de caliente. Te toqué. Tranqui. Por arriba de la bombacha. Gemiste agudo, bajito en mi oreja. Me mordiste el hombro. Corrí la tela y sentí tus pelitos, tu jugo, tu calentura. Te metí un dedo. Lo mojé y te rocé el clítoris. Me chapaste fuerte, para sofocar tus gritos. Te sentí cada vez más mojada. Las piernas rígidas pero temblando. Te metí dos dedos que entraron y salieron hasta que gritaste, sin poder controlarte, en el medio de la pista, en pleno estribillo de Tomate el palo. Se te aflojaron las piernas. Se te aflojó todo el cuerpo. Te besé. Me besaste. Giramos hasta que yo quedé contra la pared. Me diste otro beso y te alejaste. Caminando al ritmo de la música. Hacia el baño.

No te vi nunca más. Pasé todo el domingo buscándote en las fotos y no estabas. El lunes pensé que capaz no te llamabas Guadalupe o que te habías puesto un nombre de fantasía indescifrable. El martes le quemé la cabeza a mi amiga Cata con que eras real y ella me insistía con que capaz había colado una pastilla y no me acordaba y era un flash. Pero yo juro que eras real. Que cuando entraste con el vestido azul sentí que el universo se partía en dos, pero para unirnos. Que cuando te di un beso no entendí por qué no había estado, no sé, tres días, dos meses, un año haciéndolo. Pero esa semana me distraje y para el sábado ya había desistido. Tampoco volví a la fiesta.