Ninguna de las dos sabía si la otra sí pero ahí estaban, tendidas en la cama, casi desnudas. Esperando. Sudando en silencio, calladas del pánico por el salto. Lindas y suaves. Querían todo pero la incertidumbre obraba. El cosquilleo que corría en la planta de sus pies no terminaba de subir para empujar el impulso hasta que una de ellas tomó coraje y acercó su boca a la otra.

Tímida, la lengua entró suave y el cuerpo se le erizó por completo. Un espasmo crudo le atravesó la cordura y las dos, ya mojadas, comenzaron el ritual. Pechos contra pechos y la desesperación de quererlo todo.

Los dedos curiosos y atolondrados buscaron su punto más húmedo y su boca, caliente, se estacionó ahí, haciendo del contacto un detalle clave. Estalladas y agotadas, las dos amigas quedaron tendidas una sobre la otra, pensando en que nunca podrán olvidar lo que se siente entrelazarse con su reflejo.