A pesar de las reiteradas declaraciones de funcionarios macristas, como del ministro Nicolás Dujovne, sobre que no preocuparía al Gobierno la incesante escalada del dólar, lo cierto es que la decisión del Banco Central de aumentar la tasa de referencia, muestra una evidente preocupación oficial.

Es que a pesar de que solo entre miércoles y jueves el BCRA vendió un total de 2.325 millones de dólares para tratar “inundar” la plaza de billetes verdes y así contener su escalada, no logró hacerlo: sólo logró morigerar la estampida, no obstante lo cual el dólar terminó en récord: a 20,88 este viernes.

Por esa razón, la Central decidió tomar una medida deferente e imprevista: subir la tasa de referencia de 27,25 por ciento a 30,25 por ciento; una decisión "fuera de su cronograma preestablecido" y con el "objetivo de garantizar el proceso de desinflación", según el comunicado de la autoridad monetaria emitido cuando el billete norteamericano superaba la barrera de los 21 pesos.

Es decir, fue una medida desesperada que, debe advertirse, no fue todo lo efectiva que se esperaba (ya que el dólar terminó en alza) y tampoco es inocua para la economía argentina.

En concreto, al influir en la tasa de plazos fijos y en el costo de los créditos para empresas y particulares, influye directamente sobre la economía: con una tasa alta, el mercado financiero ‘chupa’ dinero que a priori debería ir a la actividad económica, poniéndole freno, sea en inversión o consumo.

Es decir, al ser el costo que el BCRA cobra a los bancos por prestarles dinero, estos a su vez lo usan como base para lo que cobran a sus clientes por el financiamiento. En lo cotidiano, por ejemplo, se revalorizan deudas que se tengan a través de créditos e incluso compras en cuotas realizadas con tarjeta.