Todo arecía sacado de una película: el estado casi destartalado del ring con las cuerdas flojas y hecha jirones, el público alterado y a los gritos en cada golpe, el estilo tosco de ambos boxeadores que fallaban más de lo que acertaban y que no se cuidaban por sus defensas por lo que los golpes que conseguían su objetivo entraban sin que nada se lo impidiera, y una filmación al borde del ring que nos permitió vivirlo como si estuviéramos ahí.

Y ahí, es Malaui, donde esta pelea se llevó a cabo y tuvo un desenlace insólito, porque cuando el árbitro le permitió al boxeador de pantalón rojo continuar el combate, ingresó -con buen tino- alguien del público para detener la pelea lo que irritó a su contrincante que lo atacó y desató el escándalo.