Hay jugadores distintos. Así se los llama en la tribuna y todo el mundo sabe a que se refiere un futbolero cuando dice que "tal es distinto". Pero por lo general se trata de condiciones de juego: calidad individual, visión de juego, precisión, potencia, alguna o varias características que lo destacan.

Pero hay otros distintos. Son los que además logran convertirse en emblemas de sus equipos, los adoptados por los hinchas como bandera. Los rescatados en cualquier derrota pesada y ensalzados en las victorias.

Lisandro López integra ese selecto grupo. Fue un viejo anhelo de los hinchas de La Academia que lo vieron crecer y triunfar como uno de "los pibes del club" en aquella delantera con la Gata Fernández y Mariano González. Y un amor a la distancia en cada equipo donde paseó sus goles.

Hasta que el destino volvió a juntarlos y como en los buenos cuentos, todo fue alegría. De delantero de área volvió convertido en jugador de toda la cancha. Y habría que agregar también de vestuario porque guio al grupo con sus declaraciones mesuradas y su conducta en estos años.

Llegó la despedida, tal vez para que los hinchas que lo adoran no vean su decadencia que aparece en el horizonte y se queden con el mejor de los recuerdos, tal vez porque el ciclo está cumplido.

Pero esto no impidió que al hacer un repaso de su regreso lo inundara la emoción y las lágrimas se hagan incontenibles.