Pocos hubiesen apostado al comienzo de la eliminatoria sudamericana que el Ecuador de Alfaro estaría entre los cuatro primeros. Menos aun, que desplegara un fútbol vistoso y ofensivo.

Pero el rafaelino encontró su lugar en el mundo y consiguió lo que pocos sospechaban que podría hacer, con un conjunto de jugadores jóvenes y rápidos que dejaron atrás a candidatos con más nombres y figuras como Colombia y Chile.

Pero como no podía escapar a su esencia, Gustavo Alfaro tomó el micrófono ante un estadio colmado y expectante, y se largó con un discurso que aplaudiría cualquier escurridizo profesor de coaching.