Es marzo o abril de 2006. Estoy sentado sobre la pelota al costado de la cancha de Urquiza. Hablo con el entrenador, Javier Bischof -ex Banfield-, sobre mi estado físico a los 28 años y qué debo hacer en lo físico durante la pretemporada para poder...

"Uy boludo", dice abruptamente, interrumpe lo que me estaba diciendo, y me mira en silencio. Javier me mira fijo y suelta: "Así como estás sentado arriba de la pelota, me hiciste acordar a Garrafa...". Y se larga a lagrimear.

José Luis 'Garrafa' Sánchez había fallecido hacía unos meses. Al recordar ahora aquel instante imborrable, lagrimeo. Fue el mejor piropo que me dijeron, y no por lo futbolístico. Fue por zurdo y pelado, y por enganche-delantero hablador y protestón. A aquel DT no volví a verlo más, a Garrafa sí.

Entrenamiento matutino de El Porvenir. Los jugadores acaban de arrancar el trote al costado de la cancha. A lo lejos, llega un auto con el baúl abierto, suena cumbia a todo lo que da. El pelado que conduce saca el cuerpo por la ventanilla y grita: "Corran vagos, daaale".

Jugó 261 partidos y metió 70 goles. José debutó con apenas 18 años debutó en Laferrere en un clásico ante Almirante Brown. Y enseguida se convirtió en ídolo. Por su habilidad poco ortodoxa, sus amagos impredecibles -pura cintura-, cómo pisaba la pelota sobre el pasto como si fuera baldosa.

Porque asistía, llegaba al gol, pateaba tiro libres y penales y pedía la pelota más en lo momentos más calientes de los partidos. En el ascenso aquel de fines de los 90 donde no se televisaban los partidos y las canchas -incluso las de Primera B y Nacional-, eran potreros minados de matas de pasto.

Otra. Miro el partido como cronista pegado al alambrado. No recuerdo en que cancha, sí que Garrafa era visitante. El partido se acababa y era el cuarto lateral que le tiraban al pie y no se la podían sacar. Desde la tribuna lo insultaban en todos los idiomas, le sugerían a sus marcadores que le peguen, que lo rompan. José terminó el partido con la pelota bajo sus tapones. Tras el pitazo, saludó con un apretón de manos y un beso a los tres rivales que lo rodeaban.

En la temporada 1997/98 pasó a El Porvenir, donde consiguió el ascenso a la Primera B Nacional. En aquel equipo jugaban Iván Delfino (hoy DT de Temperley), y Rubén Forestello (entrenador de Patronato de Paraná).

"Una vez salíamos de Chicago, estaba todo mal y José había dejado el auto en la estación de servicio de Corrales y General Paz. El micro nos dejó ahí, que estaba lleno de hinchas de Chicago. Le dije 'no entremos nos van a matar'... y el loco de mierda entró, entramos y salimos a los golpes", cuenta Forestello y ríe, con nostalgia.

Al otro año -1999- pasó a Bella Vista del fútbol uruguayo, en donde logró la clasificación para la Copa Libertadores. Pero no la pudo jugar; su padre enfermó y tuvo que volver al país, estuvo medio año parado por no cumplir el contrato con Bella Vista, y volvió a ponerse la casaca de Laferrere.

Cuando Banfield lo contrató, cambió su carrera para siempre. El DT era Julio César Falcioni, con quién no se llevó muy bien porque jugaba sin 'enganche'. Así y todo en la temporada 2000/01 el 'Taladro' subió a Primera.

Y allí también fue ídolo (¡Le hicieron una estatua!), pero se fue casi por la puerta de atrás en 2005. "Si el técnico no me pone, me voy a la mierda", les dio la primicia a los periodistas. Hacía poco había jugado otro partido inolvidable, ante Boca, en el Florencio Sola.

¿Dónde iba a volver a los 31 años? A Lafe, claro. Una tarde de verano probaba una moto, se cayó y dio la cabeza contra el asfalto, o el cordón, o un cantero.

Una boludez, una tontería. La noticia parecía una broma. En Mundo Ascenso -donde trabajaba en ese momento-, en enero estábamos de vacaciones, sin aire, y solo pudimos publicarlo en la página. La gente no lo creía. Hasta que apareció en la tele, nos llamaban jugadores y técnicos.

El mundo del fútbol no salía de su asombro. De su pena. Hubo vigilia en la clínica donde fue internado. Hasta que llegó la noticia peor. Nunca vi tantos futbolistas tristes, tristes de verdad, no para las cámaras.

Antes de ser sepultado, sus restos fueron paseados por los hinchas de Laferrere por el campo de juego en una despedida que cuando te la cuentan los mismos protagonistas, no pueden parar de llorar.

Garrafa Sánchez no pudo volver a jugar para todos, ni ninguna cámara volvió a mostrarlo. Hay algunos a quienes nos basta con entrecerrar los ojos, para verlo gambetear.

El domingo desde las 8.30 en la plaza de Banfield (Lugano y Peña, frente al estadio), habrá un homenaje. Otro más, como esta nota, como el documental que resume parte de su vida, adentro y fuera de la cancha.

Garrafa era todo uno -¿el mismo?-, adentro y afuera. Sentado arriba de una pelota al costado de la cancha mientras sus compañeros entrenaban y él les gritaba. O adentro, sacando pecho por ellos, y pidiendo la pelota. "Acá", parecía decir cuando señalaba la zurda.

Dásela ahí. Garrafa después jugaba al fútbol.

Este era Garrafa en la cancha

Este es el documental homenaje a un tipo inolvidable