La Liga y los nombres de los protagonistas se los debemos, pero no le quita dramatismo a la escena porque cualquier futbolero se puede imaginar lo que hubiese sentido si el que estaba ahí era su propio equipo.

Porque atajar el penal decisivo y que en medio de los festejos no solo anulen la acción y le saquen injustamente la segunda amarilla al arquero, sino que obliguen a un jugador de campo a ir al arco, es una situación insólita que pondría a cualquier hincha al borde de un ataque de nervios.

Pero si este ataja el último disparo con los pies, como si fuera un defensor, la alegría es inexplicable.