Nada previo había leído del autor de Envenenados (Wu Wei, 2014) y sin embargo, inmediatamente empaticé con su forma de escritura. Después de adentrarme en los primeros cuentos la voz de Osvaldo Lamborghini se me presentó: en Eleisegui ronda una suerte de tonalidad similar, además de la efectividad de ambos autores en transportar al lector con pocas palabras y con escenas tan fuertes como inolvidables.


Es preciso hacer un stop en las imágenes y en la forma de abarcar cada una de ellas. Eleisegui no pide permiso y arrasa, lleva al lector de la nariz y le dice al oído la barbaridad más sucia que pueda existir pero esa suciedad no tiene que ver con el morbo o lo escatológico como en el caso del autor del cuento "El niño proletario", sino que tiene que ver la fuerza y la virtuosidad del autor para estampar una imagen e inyectarla en la retina del lector, en tan pocas y específicas palabras. Eso, para mi, es una habilidad que cuesta encontrar en la literatura actual y es una cualidad que es efectiva no sólo por la forma sino también por el poder que le da a las palabras.


Los cuentos abarcan distintas temáticas pero siempre parece estar presente el barrio, lo cotidiano, la vida urbana y de campo, las costumbres, las formas de vida y los pequeños micro-macro mundos de un sector (cualquier sector) elegido y diseminado por un autor.  Esta forma de narrar conduce a que para algunos lectores que no conocemos tanto de ciertos ámbitos como el boxeo, por ejemplo, terminemos entendiendo y mimetizándonos con el mundo que cuenta, al punto de sentirlo familiar o conocido. Destacable además, la edición de Alto Pogo y la belleza del arte de tapa y del diagramado, lo que hacen al libro un lindo ejemplar para tener.


Otra de las virtudes del autor es la poetización que toma por momentos: hay párrafos que son dignos de cualquier antología poética y eso delata un cuidado y un ojo clínico para la lectura, la expresión y las palabras. Cito uno que me pareció particularmente bello y me recordó a Fogwill:


«(...) Aparecía el frío en la mano. Le agrada esa sensación. Como si ahí, en eso, encontrara un testimonio de su cuerpo vivo, en movimiento, inmerso en un remolino de días que siempre serán el primero. El mismo.»

Para leer a Eleisegui hay que prestar atención, no es una lectura simple ni de colectivo, requiere poner todos los sentidos en alerta para capturar las muchas pinceladas que se nos aproximan según cada historia, cada trama, cada personaje.

Ninguno es feliz, Patricio Eleisegui

Cuentos, Alto Pogo, marzo 2014.  

92 páginas.