La palabra “boludo”  tiene su balada

y su canción inolvidables.

Isidoro Blaisten y Gianfranco Pagliaro

-ya extintos-

son sus culpables.

“Pelotudo”, en cambio,

es de autor anónimo,

aunque en su difusión, últimamente,

tuvo mucho que ver Federico Luppi

en una respuesta también inolvidable.

El plural colectiviza las palabras.

Las multiplica.

Ya que los pelotudos

se afanan por merecerla

racional, volitiva y conscientemente.

Entonces se suman “pelotudos”.

Escuchen ese plural:

suena como si sonaran

cabezas huecas

golpeadas por el odio.

Y aún más: por estar orgullosos

de sentirlo pelotuda y pelotudísimamente;

antikichnerística, antiargentinísticamente.

y cacerolamente.

E imperdonablemente.

Porque ser pelotudos

no los prescribe de su deserción histórica

ni de su sedición permanente.

Ni los absuelve de su autoproscripción pelotuda.

Parecen más, es cierto.

Es que los pelotudos

tienen resonancias mediáticas trascendentes.

Y abandonadas ya sus expectativas de lucidez,

de comprensión polìtica y de generosidad popular,

se procuran escándalos y ofensas

para realimentar su pelotudez invencible.

E “incorregible” citando a Borges

al revés con libre albedrío.

Los pelotudos son una parte de la Argentina.

La comprometen mal, a que se parta

en pedazos tristes.

Son pelotudos y no saben qué se siente

en un país entero.

Con toda la gente adentro.

Y con pelotudos incluidos.

Pelotudos.