La muerte como proceso "cada vez que caminamos muero un poco", punto final "Tengo la secreta convicción de que tan pronto como configure mi nueva biblioteca moriré" y devenir "¿Es posible que un sencillo matamoscas sea un instrumento del destino?" se asienta en los diversos relatos compilados por la editorial Fiordo.

Bernard sintoniza con la poesía borgeana y la idea de muerte enigmática pero al mismo tiempo reveladora, física y metafísica.  Aunque sería injusto plantear que los cuentos breves descansan sólo en reflexionar sobre qué pasa después de la vida.

Justamente Bernard hace que el  personaje de sus historias viva en demasía al rendir culto a lo que puede parecer insignificante y se pregunte, como ocurre en el texto que da nombre al libro, sobre la permanencia: "es que no podemos vivir para siempre.../Quizás, podemos morir para siempre".

Lo cotidiano, como en "Entre los archivos del distrito" (errata naturae, 2012), es el disparador principal para ahondar en el morir sin caer en lo evidente; "Todos estamos por morir , por supuesto, pero ese cliché, como la palabra ¨muerte¨ en sí misma, poco nos dice".

Una caminata, ordenar una biblioteca, la conversación con su hija, un pájaro, prestar un libro,  un murciélago, la escritura y las lecturas son el material orgánico para reflexionar sobre una posible ausencia y el temor de saber que "ha sido tragado en la eternidad".

Con momentos ensayísticos y la sensación de estar leyendo al propio Bernard antes que una ficción; el lenguaje y su escritura tienen especial relevancia en los textos seleccionados. A veces se trata de buscar puertas, retener una "metafísica del trabajo" frente a la máquina de escribir, comprender las vidas de las palabras, y de manera borgeana no poder escapar a la idea de transcendencia. Un juego- sin nombrarlo- de vigilia, sueño, epifanía, posibilidades, fe, conocimiento, inseguridad.

Otro de los grandes rasgos es la acidez con que Bernard narra,  "En general uno no quiere hacerle el amor a una cosa moribunda", o "En cada alemán hay un judío tragado" o "pero sé que quedan filósofos en la industria editorial".

Bernard no plantea linealidades, no hay un antes y un después entre el vivir y morir,  sino que el foco está puesto en el adentro y el afuera, en el centro y en los bordes;  lo que hace que su escritura sea permeable ante diversas posibles lecturas.

"Unas pocas palabras, un pequeño refugio", traducido por Salvador Cristofaro, es de esos libros que se dejan a mano para releer, sabiendo que es imposible cruzar el mismo río dos veces y que "es estúpido sentirnos a salvo".

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"Unas pocas palabras, un pequeño refugio" de Kenneth Bernard

Fiordo, editorial, 2015

Traducción Salvador Cristofaro

120 páginas.