Allí, mientras su jefe y compañero sufre por la herida que le han infringido con un pedazo de vidrio verde, Lady Di –la travesti enamorada–, Ráfaga, Juan Raro, el Faisán, el Hombre de la Noche (como diría Alejandro Soifer en Página 12: “Los Super Amigos en versión ‘mala vida’”) van tratando de explicar, de hacer entender al médico de guardia (el “doctor González”) por qué debe salvarlo y por qué, finalmente, no se trata de un delincuente sino de una especie de héroe o, más bien, de antihéroe que una serie de causalidades colocaron donde está, en el oeste del Gran Buenos Aires.

Se trata de mantenerlo vivo hasta que salga el sol para que así pueda resurgir de su agonía y rechazar a la Policía Bonaerense que ha rodeado el hospital con el único objetivo de aniquilar a la banda, cueste lo que cueste.

Y es a través de ellos, de las voces de que construyen el relato, la biografía apócrifa, que inclusive uno, el lector, va tomando conciencia de que nadie es quien es por haber nacido como y donde nació (aunque, en este caso, tengamos en cuenta las particularidades de Pinino), sino que la personalidad –las personalidades de los diversos personajes– se va construyendo con el devenir casual y causal de tiempo y espacio. Nafta Súper, como cualquier hijo de vecino y aún siendo un ser especial, es hijo del contexto, fue condicionado por él, por el sitio y la circunstancia que la suerte le deparó: La Matanza.

Y, al mismo tiempo, esas mismas voces que relatan al médico inocente van trazando la radiografía de una sitio, de un contexto, que pocos conocen más allá de la General Paz y por eso, por desconocimiento liso y llano, temen.

También, como trasfondo (en la superficie están Pinino y su historia y La Matanza, el casi lejano oeste) se perciben en la novela los “modos” que cada clase social adopta ante una circunstancia poco menos que increíble. El médico, de clase media (baja), se permite el prurito moral, la cobardía. La enfermera (Nilda), de algún modo representando al proletariado conurbano, matancero específicamente, al contrario, exhibe el heroísmo pertinaz e inconsciente que acaba hermanándola con los desclasados, incluso a riesgo de la propia vida.

Editada por Mondadori, la nueva novela de Leonardo Oyola es entretenida y está magníficamente escrita dentro de los cánones que se ha propuesto el autor: la literatura popular, la novela de consumo masivo con aditivos “cultos”. La historia llama la atención por sí misma.

Oyola nació en La Matanza en 1973. Escribe policiales y le guiña un ojo a lo fantástico. Colabora en la edición argentina de la revista Rolling Stone. Sus cuentos han sido seleccionados en varias antologías y medios gráficos de nuestro país, Francia y España. Tiene publicadas las novelas Santería y Sacrificio para la colección Negro Absoluto dirigida por Juan Sasturain, además de Siete y el Tigre Harapiento, Hacé que la noche venga, Bolonqui, Gólgota (traducida al francés) y Chamamé (Premio Dashiell Hammett al mejor policial en la XXI Semana Negra de Gijón).